Paseos con mi perro.(V) "El lujo de no pensar". | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Paseos con mi perro.(V) “El lujo de no pensar”.


Elur ya sabe cuándo cambiamos de mar. Como todo lo suyo se rige por el olfato en cuanto llegamos a “la Barranca” de Pamplona ya empieza a sentir el cambio de aires (yo añadiría de gentes, de costumbres). Va muy tranquilo en el asiento trasero de mi coche rojo, bien atado al cinturón de seguridad especial para perros; dormita casi todo el rato y cuando se aburre juega conmigo a ladrar un rato. Él ladra –con su voz de pito- y yo le contesto imitándole. Es divertido, siempre que no nos vea nadie y piense que estamos locos. (Yo, mayormente).

Los Monegros los pasa en silencio, como si percibiera la fuerza telúrica que transmite el agreste paisaje y flota sobre el asfalto, entrando por la ventanilla abierta –siempre abierta en esta zona-. Aquí hay parada y fonda. Para repostar alimento y  vaciar la vejiga. Él también estira un poco las patas olfateando el ambiente desconocido. Luego aguanta otros doscientos kilómetros más sin decir ni mú hasta que, a la altura del meridiano de Greenwich, alza las orejas, olfatea la vega frutícola de Fraga y, a lo lejos todavía, “su otro mar”.

Mi perrillo sabe que soy muy feliz en esta tierra donde se apaciguan mis sinsabores. En cuanto nuestros pies pisan la hierba del jardín y le hacemos un guiño a los olivos se nos cambia el “chip” a ambos. Aquí no hay horarios ni normas ni la rutina aburridamente conservadora de la ciudad donde pago mis impuestos. El primer paseo es entre hierbajos que pinchan –porque esto es el campo- y no recojo sus “regalitos” porque la naturaleza sabe qué hacer con ellos debajo de los algarrobos que bordean las huertas de los payeses.

Elur huele el salitre y gusta de acompañarme a la playa –por la noche-, cuando está permitido (o se hace la vista gorda) que los perros correteen entre los pies de los consumidores nocturnos de mojito.

Cuando pasa el tren a toda velocidad cerca de la casa, mi perrillo no mueve ni media oreja. Está tranquilo todo el día –y toda la noche- excepto si hay truenos y tormenta. Entonces, busca mi protección y mi amparo sin saber que yo estoy con los nervios hechos cisco.

Aquí salimos a pasear hasta bien entrada la noche y vemos amanecer juntos casi todos los días. Le gusta beber el rocío de las yerbas del jardín y dar saltitos entre las matas que bordean el camino.

Si ve una babosa no la pisa y observa cuidadosamente los caracoles de después de la lluvia. Cuando viene de frente un perro más grande que él, se queda cerca de mí, con la correa floja, esperando amparo.

Cuando le dejo solo en casa busca su acomodo en el rincón más fresco de la solana; algunos días lo he encontrado pegado a los azulejos de la bañera, bien frescos.

Pienso si le dará lo mismo estar aquí que allá, comer pan con queso o pan con tomate, escuchar euskera o catalá, (o ruso), pasar calor o estar a la fresca… no se queja de nada. Nunca.

Y es que –según intuyo- mi perrillo Elur basa su felicidad en algo muy sencillo: comer, dormir y sentirme a su lado. El resto, le da bastante igual mientras no le quiten lo que él necesita para sentirse en paz con esa esencia perruna que le ha tocado en suerte.

¡Menos mal que no piensa y no sabe cuánto dolor puede ocurrirle!

Cuando observo sus continuados temblores –secuela de la meningitis- y le doy cada mañana su ración de cortisona, yo que sí pienso, temo por él porque tengo datos de los que él carece. Pero mi perro, que ni piensa ni sabe ni hace suposiciones negativas sobre su propio futuro  no halla un solo instante de su vida que no le invite a disfrutar del momento presente.

Dicen que el conocimiento da dolor; por eso Elur está tan feliz…porque no sabe que está enfermo, porque no tiene conciencia de su propia esencia…ni en qué mundo le ha tocado vivir.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Fotos: Cecilia Casado

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


septiembre 2013
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