El cuento de los miércoles. "Yo no uso condones" | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

El cuento de los miércoles. “Yo no uso condones”

 

“El camión enfila la recta final de la autovía. Ya queda poco para que aparezca en el horizonte, como un cromo hortera y absurdo que distorsiona el paisaje, el falso rosicler de los neones que anuncian el club “Yasmin”. Camión y camionero necesitan un descanso. El primero porque se lo ha ganado después de sacarle chispas al tacómetro; el segundo porque viene “cargado” desde hace más dei una semana. La fruta del sur sube al norte, pero ha bajado de vacío, una vez más, el viaje no va a ser “fructífero”. Por eso quiere hacer “parada y fonda” en el club, a ver si está la Raquel, -Yéssica para los amigos-.

Con ella se apaña bien porque hay confianza después de un par de años de polvote quincenal. La Raquel le entiende, le comprende y le deja que le cuente las penas y las pocas glorias que va a encontrar cuando vuelva a casa, con la mujer. Además, es el único sitio donde puede gozar sin tener que ponerse un condón, ya que su mujer no quiere tener hijos –dice la muy burra que no quiere que salgan al padre- y le obliga a usar preservativos las pocas veces que accede a hacerlo.

-Quién me ha visto y quién me ve, piensa el camionero después de la segunda caña de cerveza, con lo que yo he sido en mi juventud, que no me ponía “una goma” ni aunque me lo pidieran llorando y ahora, voy y me tengo que aguantar con lo que me toca en casa y digo yo que ya podía ella hacerse un nudo si no quiere tener hijos, pero que le tiene miedo a “la tabla” y yo ahí la entiendo porque yo tampoco quiero que me hagan un cosido en los bajos, ahí no me dejo meter mano por un médico o médica ni harto de grifa. Menos mal que tengo a la Raquel, que es limpia y sólo lo hace a pelo conmigo, me lo ha jurado por sus hijos y más le vale que no me mienta que si no…

Después de aliviarse y comerse el bocata de chistorra con el que le gusta terminar su parada en el “Yasmin”, el camionero vuelve a subir a su atalaya sobre ruedas, a su torreta en movimiento y se dirige al Polígono, menos de dos kilómetros, donde dejará el camión y se irá a su casa a descansar del largo viaje. Dos días de parón y vuelta otra vez, a ver adónde le manda el patrón este viaje..

En casa, todo como siempre. La mujer, huraña como siempre. Todo limpio y silencioso y desdeña la tortilla de patatas que rebosa aromas de cebolla; no tiene hambre, viene saciado.

A la mañana siguiente, la mujer le dice que tiene que contarle una cosa cuando vuelva del mercado. Que desayune tranquilo y que luego ya hablarán. Él no se inmuta. No es la primera vez que su mujer tiene ganas de pegar la hebra; también comprende que no es vida la suya, siempre sola mientras él anda por esas carreteras de Dios para ganarse la vida, por cierto, cada vez peor. Seguramente volverá a comerle la oreja pidiendo algo, vacaciones o así, dinero seguramente. O a cotillearle las historias del barrio, quien se ha ido con quien o cuánto ha ganado uno y perdido el otro en algún negocio poco claro. Lo de siempre. Tenían que haber tenido hijos, pero ella erre que erre que no y que no, que no dan más que faena, disgustos y cuando ya les tienes criados se marchan y si te he visto no me acuerdo y que cría cuervos y te sacarán los ojos y él piensa que igual hasta tiene razón, que los hijos de sus colegas son todos unos egoístas que no saben más que pedir…

Suenan las campanas de la lejana iglesia y la mujer todavía no ha vuelto. Piensa que hoy se va a retrasar la comida a este paso. Se estira en el sofá en el que ha recalado después del desayuno mirando la porquería que dan por televisión. Decide ducharse aunque le da mucha pereza. Abre el armario para buscar una muda limpia y se sorprende. Falta ropa. La parte del armario que usa su mujer está vacía. Completamente. Presa del pánico se dirige a la cocina y abre el frigorífico: vacío también. Busca la maleta grande en el altillo y confirma lo evidente.

No hay una carta encima de la mesa de la cocina, eso sólo pasa en las películas. No puede llamar a su mujer, nunca ha tenido móvil ella, para qué, decía él.

Empieza a sentir sudores y sofocos, es del susto, de la bofetada de una realidad que no se esconde. En su angustia, comienza a rascarse la entrepierna; le pica bastante.”

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


septiembre 2013
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