Cosas que sólo me pasan a mí. "Ligar sin salir de casa" | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cosas que sólo me pasan a mí. “Ligar sin salir de casa”

 

Esta es una historia real y la protagonista soy yo misma, así que pido benevolencia de antemano.

Pues resulta que hace un par de semanas se me estropeó un electrodoméstico de los grandes y aunque intenté arreglarlo por mi cuenta, no conseguí más que aumentar el estropicio, por lo que, con harto dolor de mi corazón –y el presumible para el bolsillo- llamé al servicio técnico correspondiente.

Me atendió un hombre muy amable que me dijo que vendría enseguida -de hecho, tardó menos de una hora. Cuando llegó el técnico entró hasta la cocina –y nunca mejor dicho- como Pedro por su casa; se le veía seguro de sí mismo y de su profesionalidad, se metió en harina y comenzó a pegar la hebra mientras destripaba el aparato.

Esta actitud – la de darme palique- no me pareció ni bien ni mal y, como soy de natural amable, respondí a su conversación con una silenciosa sonrisa en los labios; a fin de cuentas, mejor alguien simpático que no uno de esos huraños que ni te miran a la cara.

Como detalle colateral añadiré que eran las tres de la tarde y el tiempo de reposo de mi comida, así que yo no iba vestida de calle, sino con la ropa de estar en casa: correcta pero con poco glamour. Hago esta puntualización para que se me imagine más como “matalujurias” que como vampiresa doméstica, sin ningún añadido extra, aparte de mi encanto natural, que no es poco, dicho sea de paso.

El tipo me preguntó “si no tenía en casa a un hombre para arreglar el aparato“ a lo que repliqué que, a mi edad, me las apañaba muy bien yo solita, pregunta con trampa que contesté inocentemente (o eso quise dar a entender).  Una cosa llevó a otra y, claro, me preguntó la edad -¡habrase visto desfachatez!- y cuando se la dije me hizo la ola con el típico “pues no aparentas ni de coña” y una sonrisa que, todo hay que decirlo, le favorecía muchísimo a sus musculosos cuarenta y tantos. Ahí se disparó el mozo –la culpa es mía por darle pie, por no comportarme como una clienta en mi distante papel- y me contó su vida a grandes rasgos mientras arreglaba el estropicio del electrodoméstico; que si estaba separado, que si vivía con su hija de once años, que si tenía “pareja con derecho a roce” y que ahora estaba mucho más feliz que antes porque tenía la libertad que necesitaba a la vez que la satisfacción de poder dedicarse en exclusiva a la educación y bienestar de su infanta (los fines de semana que le tocaba estar con ella).

Yo le miraba, ahí, medio tirado por el suelo, esforzándose en llegar a la parte de atrás de la lavadora, y me recordaba –de lejos, pero me lo recordaba- al Marlon Brando en camiseta de no sé qué película. El seguía hablando mientras yo me tomaba un café –al que no le invité porque para eso me cobraba a 50 pavos la hora y no pierdo nunca el sentido práctico. Cuando terminó su trabajo, le pagué religiosamente la suma convenida de antemano y, al despedirse, me sorprendió que me diera dos besos en vez de darme la mano o de decirme simplemente “adiós”, y yo, bueno, pues me pilló de sorpresa y tampoco me iba a poner en plan borde, así que se los di y “santaspascuas”.

Al cabo de media hora o así, recibí un sms en mi móvil –que él tenía identificado por mi llamada primigenia- que decía textualmente: “me has parecido una mujer auténtica y muy interesante y ha sido un placer conocerte”.

¡Caray, con el técnico de las narices, cómo se lo monta el tío, a ver si cae algo…! Y me sacó una sonrisa a media tarde…

Pero un par de horas después, recibí otro sms mucho más directo, proponiéndome “echar conmigo la siesta al día siguiente”. Ahí ya no me suscitó sonrisa sino carcajada estentórea que me removió las entretelas de la autoestima y de la incredulidad. ¿Será posible que me pasen a mí estas cosas que sólo dicen que pasaban en las películas españolas de hace cincuenta años y con “butanero”  de por medio? ¡Que yo no era un ama de casa, fermosa, ni insatisfecha, con el  marido ausente y hambrienta de carne joven! Pero es evidente que él se había hecho su propia “película” por su cuenta y riesgo.

Con el tercer sms insistiendo en la cuestión ya ni sonreí ni me reí, sino que empecé a preocuparme… ¡A ver si el hombre se me iba a presentar en casa al día siguiente, a la hora de la siesta, a reclamar su imaginario derecho a retozar conmigo!

Así que, por si las moscas, al día siguiente, me fui a comer con una amiga y, de paso, hacer unas risas y compartir el “sushedido”.

Reflexión sobre el tema, pues no se me ocurrió mucha porque –por una vez y sin que sirva de precedente- me lo tomé a la ligera y, simplemente, me reí.

¡Lo que no me pase a mí…!

En fin.

*Si alguien desea el teléfono de este Servicio Técnico, se lo paso sin problemas…

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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