"Memoria pez" (II) | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

“Memoria pez” (II)

   

La tarde se balancea lentamente sobre las ramas de los árboles; o sobre las yemas de mis dedos tecleando. Viene del mar una brisa que se hace notar, como esas moscas de comienzo del verano, que todavía no molestan porque son el anuncio de un tiempo que se intuye mejor aunque no se sepa bien si hay algo por mejorar o quizás convenga olvidar.

Estoy en mi paisaje de todos los solsticios de verano desde hace veinticuatro años. Por costumbre o por un imán inefable vengo a este otro mar a desabrocharme la piel del invierno e inventar un nuevo tiempo, cada mes de junio, que es igual a todos los anteriores aunque yo me invente diferencias; acaso la única diferente sea yo misma.

De año en año los árboles han ido creciendo; trepan algunos hasta la terraza y conforman un nuevo paisaje a fuerza de levantar sus ramas un poquito más cada vez; se yerguen seguros de sí mismos, como si supieran que es hacia el cielo hacia donde tienen que apuntar su esfuerzo, como si no les esperase a ellos también un rayo, un viento asesino, un azar para no ser por más tiempo lo que estaban llamados a ser.

Esta tierra me acoge sin exigirme señas de identidad; no tengo que hablar otro idioma que el de mi corazón ni mostrar un discurso que no sea el mío. El cielo que me da techo es el mismo cielo que pinta mis inviernos de otros tonos: grises como la antracita o desvaídos de azules, fiel reflejo de mi ánimo, de mis sueños, de mi trabajo interior cuando mi interior decide trabajar…

La tarde se desliza parsimoniosa sobre mi piel que ama el calor y busca acomodo en un recuerdo amoroso que se resiste a aparecer por más que lo invito.

Es la “memoria pez”  que me llega de improviso para ayudarme a no ser infeliz.

Acepto y permito, busco y deseo el olvido de las pequeñas y grandes angustias que han acompañado la primavera, el verano de mi vida… Empujo al precipicio del olvido todo aquello que en algún momento pasado me resquebrajó el alma y me embadurnó el corazón de hiel… En mi nuevo otoño, ahora que llegó el verano, ansío abrir las compuertas por las que se deslizarán –de ahora en adelante- los nombres que ya de nada sirve recordar, las fechas infaustas, los rostros difuminados, las caricias que alguna vez ardieron de pasión antes de quemar como latigazos.

Todo, absolutamente todo lo que no necesito en este momento para ser feliz quiero que se me vaya olvidando. Aunque luego no me acuerde de quién escribió “Dublineses” o cómo se llamaba el maravilloso cuadro que hizo famoso a Courbet. Olvidaré el nombre de una ciudad africana por donde paseé mis pasos ágiles y el nombre de quien estuvo a mi lado arrastrando su paso cansado.

Me apunto a tener “memoria pez”  y arrojar al contenedor de los recuerdos todo aquello que me dio experiencia a la vez que dolor por haber comprendido que hoy, aquí y ahora, no me sirve para nada esa supuesta sabiduría… Volveré a equivocarme porque habré olvidado dónde estaban las minas, pero también volveré a ser feliz porque habré apartado de mi corazón la idea de que existen todavía, ocultas en algún lugar oscuro…olvidado para siempre.

Quizás encuentre en esta tarde de junio a un paseante que no recuerde haber recorrido de mi mano una senda que fue dolorosa. Quizás también haya alguien más que disfrute viviendo con 

“memoria pez”  para ir construyendo la existencia, o lo que quede de ella, con pequeños y nuevos momentos por nacer, inéditos en el recuerdo, plenos de esencia en un presente que, nunca lo olvido, significa “regalo”.

Me da igual si en este trabajo olvido toda la cultureta que he aprovisionado durante tantos años; he decidido que no me sirve para mucho. En cualquier caso, no para ser feliz conmigo misma.

Todavía puedo decidir qué quiero olvidar y qué no quiero recordar…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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*Vuelvo a poner el post puesto que por una incidencia indeterminada no ha aparecido en “blogs de Autor”

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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