Cuando llega San Valentín , el Día de la Madre o un aniversario y hablo de lo bonito que es llevar a cabo una pequeña celebración para ser felices con los demás, salen de su escondrijo los detractores que argumentan que el verdadero amor, el auténtico sentido de la vida no puede estar condicionado a intereses espurios de grandes almacenes, comerciantes y vendedores de marketing en general, que la vida se celebra cualquier día sin esperar al del cumpleaños, que a la pareja afectiva elegida se la ama cada día y cada noche y que a la santa madre (ésa que “no hay más que una”) no hace falta regalarle nada el primer domingo de Mayo, que ella ya sabe que la queremos mucho todo el año sin necesidad de gastar dinero. En definitiva: que no somos borregos y no nos gusta que nos lleven de aquí para allá bailando al son de ciertas flautas mercantilistas o socialmente predefinidas.
Pero ¿qué pasa con el día de Todos los Santos? Ah, ese día es diferente, hay que ir al Cementerio, limpiar lápidas, desbrozar hierbajos, rascar con lejía y estropajo, adornar y florear las tumbas de los difuntos, y gastarse un dineral en ofrendas efímeras que se llevará la lluvia y el viento en cuanto les dé por aparecer.
¿Es que únicamente nos acordamos de nuestros muertos el día 1 de Noviembre y el resto del año los tenemos olvidados?
Soy consciente de que no siempre es así por más que en muchos lugares –sobre todo en los pueblos- habrá críticas destructivas hacia quienes no vayan al cementerio en tan señalada fecha a hacer lo que está mandado por la tradición cristiana hacer ese día que no es más que ver a las MUJERES adecentando las tumbas y, quizás, también rezando. Y eso sin contar la no siempre oculta intención de hacer una competición de “la tumba mejor cuidada” por aquello del “qué dirán”. Soy consciente de que también hay muchas personas que llevan –que llevamos- en el corazón el recuerdo cotidiano de las personas amadas que ya partieron y que no necesitan aparecer por el cementerio en fecha fija.
Imagino la muchedumbre que invadirá Polloe el próximo domingo, no hay puente y la gente se queda en casa, cumpliendo una tradición más que un auténtico sentimiento. Observo en el mercado y en las tiendas de los chinos del barrio los centros de flores ofrecidos al efecto –incluso me dan repelús los ramos de plástico de colores imposibles que luego encontraré diseminados por el cementerio en un decorado kitsch e irritante a la vista-, contemplo el negocio alrededor de la fecha cristiana, las pastelerías vendiendo los dulces típicos de la fecha, esos “huesos de santo” ridículos en su envoltorio de mazapán, esos buñuelos que adornarán la mesa familiar, sin más mérito que estar en el lugar adecuado en el momento oportuno.
Mi padre es el único muerto cercano que llevo en el corazón y eso que ya hace veintiún años que se fue de mi lado. Él no reposa en la calle San Prudencio en una tumba que está sin flores todo el año sino que vive en “la estrellita cariñosa”, ésa que todas las noches me hace su pequeño guiño amoroso antes de retirarme a dormir.
Y si escribo este post con este tema tan manido es porque quiero hacer una pequeña reflexión acerca de cómo somos capaces de defender a capa y espada las fechas, las celebraciones que nos interesa aceptar y por el contrario criticamos amargamente otras fechas que nos parece que minan la libertad del individuo y lo adocenan irremediablemente con un marcado sentido comercial.
¿Olvidamos acaso que cualquier celebración o conmemoración está elaborada alrededor del dispendio dinerario, el consumismo desenfrenado y la fuerza y la costumbre más que por el sentido profundo de la misma?
Mira que tenemos a las puertas ya las Navidades, ahí donde todos parecen ser creyentes, religiosamente practicantes, por celebrar el cumpleaños de un hombre que nació hace más de dos mil años y cuya doctrina ha quedado obsoleta, desfasada y denostada por la misma inmensa mayoría de quienes, absurda contradicción y vergonzosa paradoja, siguen celebrando el aniversario de su venida a este mundo.
Tradición o costumbre social, ya empezamos a gastar el dinero en agasajar el calendario religioso en un país donde el laicismo es norma por definición y por ley.
Iré al cementerio el día 2 de Noviembre, como todos los años. Es el único día que está hermoso, lleno de flores y vacío de gente.
En fin.
LaAlquimista
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FOTOGRAFIA. Tumba de Clara Campoamor. Cementerio de Polloe. San Sebastián.