El último kilómetro de la Behobia
Lo comentan muchos atletas que han corrido maratones del exclusivo
circuito mundial. Todos se apasionan/nos apasionamos narrando las
excelencias de los mil metros finales de la Behobia, entre Sagüés y el
Boule.
Tampoco el escenario de la Puerta de Brandemburgo del maratón de Berlín
puede con nuestra Behobia… a pesar de contar en su asfalto con el
récord mundial de Gebre. Ni las aristocráticas calles que conducen a Buckingham Palace de la carrera de Londres logran reunir esa magia de la popular guipuzcoana.
Por supuesto que el Grand Park del maratón de Chicago es
mucho más soso. No quiero recordar esos lánguidos aunque millonarios
maratones de Japón. Por supuesto que quien corre en el maratón de Boston
podrá decir que ha competido en los 42 kilómetros míticos pero me
reconocerá que la belleza de la zona portuaria de Kenmore y la figura
de Washington a caballo no tiene la salsa del Kursaal.
Las palabras del presidente del Fortuna, Enrique Cifuentes, en
la presentación de la carrera, hacían una referencia a ese ‘Ultimo
Kilómetro’ de la Behobia. Y no le falta razón. En algunas ocasiones he
compartido con él recorrido, micrófono y coche, y esos cinco minutos de
recta son de las escenas que quedan grabadas (no digamos en los atletas
que debutan).
El griterío, los aplausos, los ánimos de las miles y miles de personas
que se asoman en ese punto a la Behobia y que sin dorsal forman parte
de la familia de behobieros, obligan a levantar el volumen de
tu narración, los pelos se erizan, lo ojillos se humedecen de la
emoción al comprobar cómo ese público regala el primer trofeo a todos los atletas que están a 1.000 metros del éxito.