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Antxon Blanco

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Síndrome Ben Johnson

El latigazo que sacude el atletismo desde hace semanas es también un laboratorio sociológico para comprobar determinados comportamientos. No sólo de atletas, algunos afrontan la situación con posiciones de rechazo y otros miran por la ventana. También se retratan entrenadores, directivos, periodistas…

¿Y qué ocurre con los aficionados, los espectadores, esa gente que se fija en este deporte sólo cuando suena a medalla o llega la mancha del dopaje? Pues bien, es curioso leer determinados foros con opiniones variadas. En los de medios digitales no especializados las opiniones se inclinan mayoritariamente por defender a los deportistas sin profundizar demasiado. En los de atletismo, al contrario, el ataque es directo, frontal, de rechazo aunque con respeto hacia los imputados o nombres que surgen en la Operación.

Pero el pasado viernes, durante la San Silvestre vallecana, los espectadores de la carrera jaleaban a Nuria Fernández en un deseo de mostrarle su apoyo incondicional. Es humana esa reacción pero me ofrece la reflexión de si la sociedad acepta ‘per se’ el que los deportistas necesitan doparse para seguir siendo dioses del atletismo, del ciclismo o la natación… “Y que no le vuelvan loco al pobrecito o pobrecita”, parecen decir.

Esos apoyos a través de mensajes, esa aceptación de la trampa (mientras no me la hagan a mí), esa ovación redoblada hacia alguien que presuntamente ha estafado a otros deportistas, me ha recordado lo que ocurrió con Ben Johnson, el velocista canadiense que reconoció haberse dopado. Pues bien, la gente le vio como una víctima del sistema, la cabeza de turco, y siempre le mostró su adhesión.

Me acuerdo que Ben Johnson estuvo en San Sebastián en un acto deportivo y tuve que escribir un reportaje sobre las “24 horas de Ben Johnson en San Sebastián”. No fue de mi agrado el seguir a Johnson por las calles donostiarras junto a varios guardaespaldas. Era muy tímido, introvertido, huidizo, que unido a su tartamudez hacía difícil la comunicación, que no era su fuerte. La gente cuando le veía por la calle le saludaba, animaba, apoyaba. Nadie pensó que había engañado a todos y que significaba un fraude para el deporte. ¿Era lo de menos? 

Creo que 20 años después, las cosas han cambiado… algo. Ya el apoyo incondicional se cuestiona. El aficionado al deporte se remueve en el sillón cuando recibe otra noticia sobre tal deportista que visitaba más al médico que a su entrenador.

Esa indiferencia del público en general cuando se trata de un atleta o de un ciclista dopado me gustaría saber si se mantendría si se tratara de un futbolista del equipo rival. Y yo me pregunto si un seguidor del Real Madrid sería permisible, condescendiente, con el dopaje de un jugador del Barcelona, o viceversa, y si gracias a ese pastillazo el club enemigo hubiera conseguido ganar la Liga.  Me parece que en esta situación, las uñas del respetable se afilarían hasta el infinito y desgarrarían a cualquier eufemiano o pascuapiqueras de turno.

Es decir, aplauso al deportista dudosillo siempre que no sea yo el engañado o sea el de los colores futbolísticos enemigos. Entonces, el síndrome Ben Johnson no aparecería y el futbolista contrario dopado sería lapidado.

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