Jeffrey Sachs ha sido uno de los economistas más famosos de la primera década de este siglo. Aunque quizá a algunos no os suene su nombre, con mucha probabilidad habréis visto su foto en la portada de alguna revista dominical, acompañado de alguna celebridad, como Bono o Angelina Jolie. Este economista es uno de los grandes defensores de que la ayuda al desarrollo puede acabar con la pobreza extrema en el mundo.
Según cuenta Nina Munk, en su libro “The Idealist”, Jeffrey Sachs tomó la decisión de empezar a trabajar en la erradicación de la pobreza después de un viaje que realizó a Zambia en 1995. En este viaje se indignó al ver cómo muchas personas morían por enfermedades que ya se sabía cómo tratar en los países desarrollados. Esta indignación llevó a Sachs a estudiar con mayor profundidad las causas de la pobreza extrema y a buscar soluciones para erradicarla.
El argumento principal de Sachs, argumento ya desarrollado por Ragnar Nurkse en la década de 1950, es que las personas pobres están atrapadas en un círculo vicioso de la pobreza. Aunque existen muchas variantes de este círculo vicioso, un ejemplo sería el siguiente: las personas pobres no tienen acceso a una atención sanitaria de calidad, por lo cual tienen una mayor probabilidad de caer enfermas; al estar enfermas, las personas pobres no pueden trabajar y obtener ingresos, lo cual les mantiene en la situación original de pobreza.
Según Sachs, las personas pobres no tienen posibilidades de romper este círculo de la pobreza por sí mismas. Sin embargo, el círculo se puede romper si se inyecta ayuda desde el exterior. Esta inyección tiene que ser ambiciosa para mejorar, simultáneamente, las condiciones de salud y de higiene, la productividad agrícola, y la educación. De la misma forma que los aviones necesitan una velocidad mínima para despegar, el desarrollo económico necesita de un gran empujón para que las personas pobres puedan superar la trampa de la pobreza. Con la inversión en salud, en productividad agrícola y en educación las personas pobres pueden entrar, según Sachs, en un círculo virtuoso del desarrollo. Por ejemplo, una mejor salud permitirá a las personas pobres trabajar más y obtener mayores ingresos; estos ingresos adicionales, a su vez, les permitirá mejorar todavía más su nutrición y salud, lo cual les permitirá obtener aún mayores ingresos.
Cuando hace ya algunos años leí el libro de Sachs, “El fin de la pobreza”, en el que se exponen y desarrollan estos argumentos, yo también quedé cautivado por su propuesta. Sachs ofrecía una explicación sencilla de la pobreza, identificaba la estrategia para erradicarla y, además, mostraba que los países ricos no tenían que hacer un gran esfuerzo económico para dotar de recursos estas estrategias. Se podía erradicar la pobreza; solamente se necesitaba la voluntad de hacerlo.
Para demostrar la eficacia de su propuesta, Sachs eligió diferentes poblados de África que tenían unas pésimas condiciones para el desarrollo. Quería mostrar que incluso en estas condiciones tan difíciles, si se invertían suficientes recursos para romper el círculo de la pobreza, se podía entrar en una dinámica virtuosa. Su estrategia era que el éxito de los primeros proyectos motivaría la puesta en marcha de proyectos similares en otros lugares de África, y que poco a poco los proyectos se irían expandiendo a lo largo de todo el continente.
El libro de Nina Munk analiza la experiencia de dos de estos llamados “Pueblos del Milenio”. El primero de ellos, Dertu, se sitúa en el norte de Kenia, cerca de la frontera con Somalia. El segundo, Ruhiira, se sitúa en Uganda. Al principio, ambos poblados reciben una gran inversión para mejorar la salud, la educación y la productividad agrícola. Por ejemplo, en Dertu, se reparten redes para evitar las picaduras de los mosquitos que transmiten la malaria, se instalan letrinas, se plantan acacias para frenar la deforestación, se pone en marcha una granja piloto para enseñar a los pobladores cómo cultivar sorgo y maíz, se mejora la atención médica, se mejora la nutrición de los niños mediante un programa de comidas en la escuela, y se contrata a un profesor para mejorar la enseñanza. Sin embargo, al poco tiempo, empiezan a aparecer problemas. Las bombas para extraer el agua de los pozos se estropean y no hay dinero para repararlas; no se puede terminar la nueva ala de maternidad de la clínica por falta de fondos; el técnico del laboratorio deja su puesto porque no se le paga el salario que pide; los pájaros se comen gran parte de las semillas de sorgo; los pobladores no plantan los árboles y el material que se había comprado para plantarlos desaparece. Más adelante, la crisis financiera reduce los fondos destinados al proyecto, y una terrible sequía y la violencia de grupos armados somalíes deja a Dertu en una situación terrible. La experiencia de Ruhiira es muy similar.
La experiencia de los Pueblos del Milenio, según muchos analistas, prueba, una vez más, que la erradicación de la pobreza y el desarrollo económico no es un problema técnico que se pueda solucionar mediante proyectos diseñados en países ricos. Por el contrario, el desarrollo requiere un conocimiento mucho más profundo de las condiciones locales y además está determinado por otros factores que tienen que ver no tanto con la falta de recursos sino con los incentivos, la libertad y la política. De la experiencia descrita no se debe desprender que la ayuda al desarrollo no mejora las condiciones de vida de las personas. Como explicamos en un post anterior existen programas que ofrecen mayores oportunidades a las personas en los países pobres. Sin embargo, la ayuda al desarrollo no parece suficiente para impulsar el desarrollo económico y, según algunos estudiosos, incluso puede retrasarlo.
Si la ayuda al desarrollo a gran escala no ha demostrado ser la solución para erradicar la pobreza e impulsar el desarrollo, ¿cuál es la solución? Actualmente, hay dos corrientes de opinión dentro de la economía. La primera, encabezada por economistas como Acemoglu, Deaton, Easterly y Robinson defiende que la clave para el desarrollo reside en tener unas instituciones de calidad. Estas son una serie de reglas de juego, como el derecho de propiedad, el cumplimiento de los contratos, o la ausencia de violencia que premian las actividades que favorecen el desarrollo económico (como la innovación o la inversión en capital humano) y penalizan las acciones que frenan el desarrollo económico, como la corrupción. La segunda línea de opinión, encabeza por Esther Duflo, huye de la búsqueda de una gran solución para erradicar la pobreza, y se centra en determinar qué programas pueden ayudar a solucionar problemas concretos en los países en desarrollo. Por ejemplo, estos economistas analizan si la posibilidad de que los alumnos puedan sacar una foto al comenzar la clase aumenta la probabilidad de que el profesor acuda a dar la clase; o si los microcréditos mejoran la actividad emprendedora entre las personas pobres.
Desde que empecé a explicar el tema de desarrollo económico en clase, siempre he tenido una sensación de frustración al no poder ofrecer desde la economía una respuesta clara y sencilla para el que debería ser el problema más importante de nuestra ciencia. Pero si algo he aprendido en estos años es que muchas veces es difícil encontrar la respuesta, y cuando se encuentra nunca es sencilla.