La digitalización de la economía está haciendo que cada vez sean más las posibilidades que se abren online. A día de hoy prácticamente tod@s l@s lector@s habrán reservado un hotel, comprado un billete de avión, tren o autobús, intercambiado ideas o dado sugerencias a alguno de los fabricantes de los productos que utilizan o participado en algún curso online. Tal vez sean menos s l@s lector@s que hayan intercambiado su apartamento o casa con el de otra persona/familia, los que hayan participado en iniciativas de crowd-funding o hayan llevado productos a personas de otros países, debido a la imposibilidad de conseguirlos en el país de destino. De manera creciente, son más las personas que dicen que Internet está cambiando la economía, permitiendo la creación de una economía colaborativa. Pero, ¿qué es la economía colaborativa?
Hace unos días tuve el placer de poder visitar físicamente Coart, un espacio abierto de co-working donde poder desarrollar proyectos aprovechando las sinergias generadas por la comunidad de emprendedores, no solo de aquellos ubicados en las instalaciones de Donostia, sino también de aquellos repartidos por los distintos centros de la asociación española de coworking, y Ouishare, la comunidad global de espacios de co-working, y de las cuales Coart participa.
Allí, pudimos compartir e intercambiar opiniones con Nerea Guinea, la fundadora de dicho espacio de co-working, sobre qué es y qué no es la economía colaborativa. La Unión Europea define (pincha aquí) el consumo colaborativo como la “complementación ventajosa desde el punto de vista innovador, económico y ecológico de la economía de la producción por la economía del consumo”. Además, añade que “puede suponer una herramienta de mercado complementaria con la que reiniciar y regenerar el mercado interior, saneándolo y haciéndolo más equilibrado y sostenible”.
Como Nerea relataba, la economía colaborativa y el consumo colaborativo no son fenómenos actuales, sino que llevan siglos produciéndose. Así, el trueque o los tradicionales “auzolan”, también constituyen ejemplos de economía colaborativa. Sin embargo, la escalabilidad que ofrecen tanto Internet como las tecnologías de la información y de la comunicación están conllevando un auge en dichos movimientos, tanto en su cantidad como en la intensidad de los mismos.
En contra de lo que más de un@ pueda pensar, la economía colaborativa no es gratuita, ni sin ánimo de lucro, sino que los bienes, conocimiento, o servicios que vayan a ser intercambiados tiene un valor económico. El principal cambio que conlleva la economía colaborativa es que ya no necesitamos poseer un determinado bien (p.e. un taladro, una bicicleta), sino que nos es suficiente con tener acceso al mismo. Algunos ejemplos de economía colaborativa pueden ser los constituidos por plataformas como quirky, homexchange, o cabenamala por mencionar algunos. El objetivo es el de tener el mayor acceso al menor coste posible, es decir, incrementar no sólo la eficiencia del individuo sino la del conjunto. En mi comunidad de vecinos, probablemente todos los hogares tengan un taladro, a pesar de que el mismo sea utilizado (salvo en obras o al entrar a habitar un piso) una o a lo sumo dos veces al año. Sin embargo, todos los vecinos podríamos tener acceso al taladro del vecino del quinto, que es arquitecto, a cambio de algo (dinero, un pastel), de forma que se incremente la eficiencia en el uso de dicho bien, ya que todos podemos tener acceso al mismo. El taladro nos permite por un lado tener una relación ganar-ganar; los vecinos ganamos porque tenemos acceso al mismo, y el propietario gana porque obtiene algo a cambio de prestarlo. Por otro, permite obtener una optimización de recursos que ya existen. En lugar de hablar de taladros, podríamos hablar de viviendas infrautilizadas, de coches, bicicletas, o de la mayor parte de los utensilios de cocina que tenemos en nuestros hogares.
A este fenómeno se le conoce como el modo de producción ciudadano, en el que el ciudadano pasar de ser un consumidor a ser un “prosumidor”, ya que es productor y consumidor al mismo tiempo. El poder distribuir los bienes que poseemos cambia el rol que tenemos en las sociedades y en la economía. Es decir, la economía colaborativa cambia la forma en la que socializamos y vivimos en base a esta nueva lógica de tener acceso en lugar de poseer.
De esta manera, se generan comunidades de interés. En el caso de los auzolan, las comunidades eran exclusivamente locales. Es aquí donde la escalabilidad que permite Internet les otorga a fenómenos locales una dimensión global en base a plataformas online. Todas las plataformas de economía colaborativa están fundamentadas sobre un activo intangible, a saber, la reputación online de los prosumidores. Del mismo modo que nuestros vecinos se fían o no de nosotros en base al conocimiento que tengan de nosotros a la hora de prestarnos su taladro o dejarnos las llaves de su casa para que se la cuidemos en verano, la reputación online es lo que permite a las plataformas crear la confianza necesaria para que las personas que participan de ella puedan intercambiar lo que tengan a bien. De esta manera, la reputación de la plataforma (o de la empresa que la gestiona) depende de la reputación online de sus usuarios.
Es cierto que la regulación de la mayor parte de los países no está aún adaptada a los movimientos colaborativos. Aún queda mucho camino por recorrer para esclarecer con cierto rigor que es lo que distingue a la economía colaborativa de la economía tradicional, y de las necesidades que ella requiere en términos institucionales, pero parece que se trata de una tendencia que ha venido para quedarse.
Moraleja: “Es imposible ir por la vida sin confiar en nadie; es como estar preso en la peor de las celdas: uno mismo”. Graham Greene (1904-1991).
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