Durante las últimas semanas Trump ha amenazado con fuertes sanciones y aranceles a empresas como Ford, General Motors o Toyota si trasladan la producción de Estados Unidos a México. La doctrina de Trump parece, a primera vista, de una lógica contundente: si Estados Unidos importa coches de México, en vez de comprar los coches fabricados en Estados Unidos, se reduce la producción de coches en Estados Unidos y con ello el empleo en este sector. Si no se permite el traslado de la producción a México, o si se establecen fuertes aranceles a los coches importados de México, los estadounidenses comprarán los coches fabricados en su país, favoreciendo el mantenimiento del empleo. Probablemente, estas medidas provocarán que los coches sean un poco más caros en Estados Unidos; sin embargo, parece razonable pagar un precio más alto por los automóviles si la recompensa es salvar empleos.
Sin embargo, esta doctrina pierde atractivo si el resto de países reacciona contra Estados Unidos introduciendo las mismas medidas que propone Trump. Por ejemplo, el pasado 12 de julio de 2016, la empresa estadounidense Boeing confirmó que la aerolínea de carga rusa Volga-Dnepr Group había firmado un acuerdo para adquirir 20 aviones de carga del modelo 747-800. Según la doctrina comercial de Trump, Rusia no debería haber permitido esta operación comercial, ya que Estados Unidos estaba robando empleos rusos. Si la empresa Volga-Dnepr Group hubiese comprado aviones de carga AN-124 fabricados por la empresa rusa Aviastar-SP, en vez de los Boeing estadounidenses, habría favorecido al mantenimiento del empleo manufacturero en Rusia. Por tanto, Putin debería haber impuesto fuertes aranceles a los aviones estadounidenses o debería haber amenazado a la empresa Volga-Dnepr Group con imponerle enormes sanciones si no compraba los aviones fabricados en Rusia. En este caso, la doctrina de Trump habría ido en contra de los empleos manufactureros en Estados Unidos.
Además, debido a que los procesos de producción se han fragmentado entre muchos países, imponer barreras a la importación puede provocar, paradójicamente, que se pierdan empleos en la industria de la exportación. Por ejemplo, muchas de las partes de los aviones de Boeing son fabricados por empresas extranjeras. Si estas partes no se pudieran importar, o si se tuvieran que importar a precios más caros, Boeing perdería parte de su competitividad, reduciéndose sus exportaciones y los empleos ligadas a ellas. Por ejemplo, según informa el semanario The Economist, de cada dólar que México exporta a Estados Unidos, 40 céntimos corresponden a productos intermedios estadounidenses que se han utilizado para fabricar los productos que se exportan.
Finalmente, si las empresas estadounidenses que fabrican productos intensivos en trabajo poco cualificado no trasladan el proceso de ensamblaje a países con costes salariales más bajos, cuando sus competidores sí lo hacen, dejarán de ser competitivas y no podrán mantener otros empleos de mayor valor añadido como los ligados a la tecnología, el diseño, o el marketing.
Estas reflexiones nos llevan a dos ideas importantes sobre el comercio internacional. El libre comercio provoca que los países se especialicen en aquello que saben hacer relativamente mejor: Estados Unidos aviones, México coches de gama media, y Rusia gas. Esta especialización mejora el nivel de vida de todos los países. Sin embargo, el comercio internacional también genera ganadores y perdedores dentro de cada país. Los perdedores son los trabajadores de las industrias que no pueden competir con las importaciones, y los vencedores son los trabajadores de las industrias que aumentan su producción por la exportación. El comercio internacional genera beneficios suficientes para que los ganadores compensen a los perdedores, y todavía sigan ganando. Sin embargo, no hay ninguna ley que asegure que los ganadores vayan a compensar a los perdedores.
Los perdedores en Estados Unidos son los trabajadores con una menor formación y los ganadores los trabajadores con una mayor formación. Por tanto, el comercio internacional ha ahondado las diferencias entre los trabajadores que partían de una situación peor y los que partían de una situación mejor. Trump ha sabido explotar esta brecha, culpando a los mexicanos y a los chinos de las desgracias de los trabajadores con menor formación, sin mencionar que los mexicanos y los chinos, con sus importaciones, también han favorecido a los trabajadores con mayor formación.
Aunque las medidas de Trump puedan frenar a corto plazo el traslado de algunos empleos, las diferencias en costes y la automatización harán que los empleos manufactureros menos cualificados y rutinarios vayan desapareciendo de los Estados Unidos. Que la doctrina de Trump sea errónea, no debería hacernos olvidar que muchos trabajadores se han visto perjudicados por el proceso de globalización. Sin embargo, la solución no es dejar sin empleo, temporalmente, al trabajador mexicano o chino. La solución es encontrar mecanismos para que los trabajadores perjudicados por la globalización o la automatización puedan tener un colchón de seguridad, y puedan acceder a las oportunidades en otros sectores. Que todavía no hayamos sido capaces de implantar estos mecanismos seguramente habrá contribuido a qué Donald Trump sea ya Presidente de los Estados Unidos.