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¿A quién beneficia la ciencia?

@jonmizabala

Como todos los años, la primera semana de noviembre es la Semana de la Ciencia. Hace unas semanas publiqué un post en el que argumentaba por qué incrementar la inversión en I+D al 2% no eliminará los grandes males de la ciencia (puedes encontrarlo aquí). En el día de hoy quiero ahondar sobre el creciente debate que se está produciendo en algunos medios de comunicación nacionales sobre la importancia de la ciencia, tratando de dar respuesta a una de las preguntas que probablemente muchos de nuestros lectores se hayan hecho alguna vez: ¿Por qué deben los gobiernos apoyar la ciencia? ¿Quién se beneficia de la ciencia?

Aparentemente, esa cuestión fue resuelta hace 75 años por Vannevar Bush en su mítico informe de 1945 “Science, the Endless Frontier”, donde exponía que: “el progreso científico es, y debe ser, de vital interés para el gobierno. Sin progreso científico, la salud nacional se deterioraría; sin progreso científico, no podríamos esperar una mejora en nuestro nivel de vida o un mayor número de puestos de trabajo para nuestros ciudadanos; y sin progreso científico no podríamos haber mantenido nuestras libertades contra la tiranía”.

Desde entonces, la ciencia ha disfrutado de un estatus especial, ya que se la ha asociado con el progreso social. A pesar de que las agendas de investigación planteadas por unos países u otros varíen en la forma y en el contenido (y en la escala de la financiación), la política científica, de manera general, ha asumido que los resultados que emanen de la ciencia resultarán en un beneficio social… para todos. Es decir, la investigación en política científica rara vez ha analizado si los resultados científicos podrían ser perjudiciales para la sociedad.

En un artículo reciente (puedes encontrarlo aquí), Barry Bozeman, catedrático de la Universidad Estatal de Arizona, y probablemente uno de los mayores expertos a nivel mundial en política científica, aborda esta pregunta, y sus conclusiones son claras: la ciencia y la tecnología pueden ser una fuerza regresiva en la sociedad, ya que refuerzan las desigualdades sociales actuales. La lógica de su argumentación es simple: excepto en el caso de la investigación de carácter más básico (como la exploración de otras galaxias), los efectos de los resultados científicos nunca se distribuyen de manera aleatoria, sino que tanto los efectos directos como los indirectos de la ciencia y la tecnología tienden a afectar a los ciudadanos en función de su poder socioeconómico.

Si no existe una intervención pública que busque una diseminación y un acceso equitativo a diferentes estratos sociales, los beneficios tienden a ir a los ricos mientras que los impactos negativos, como el desempleo o la contaminación, tienden a afectar de manera diferencial a los pobres. Algunas de las innovaciones (generalmente tecnológicas) relacionadas con el crecimiento económico reducen las oportunidades laborales a las clases media y baja. Por su parte, una gran parte de las innovaciones relacionadas con el consumo las disfrutan principalmente quienes pueden permitírselo, por ejemplo, en el ámbito de la salud.

Las conclusiones de Bozeman apuntan a que muchas de las trayectorias (o líneas) de investigación respaldadas por las políticas públicas están sorprendentemente bien alineadas con los intereses económicos y políticos dominantes, en lugar de preocuparse por aquellas necesidades sociales que pudieran ser más imperiosas. Este hecho resulta notorio por ejemplo en la investigación que se desarrolla en el ámbito de la salud, y que es financiada con fondos públicos, la cual tiende a centrarse en desarrollar tratamientos para aquellas enfermedades crónicas que afectan a los países ricos. Otro ejemplo en el que ciertos grupos de poder moldean las agendas públicas de investigación de acuerdo con sus propios intereses más que con el bien público es el de la fusión nuclear, a pesar de la alternativa que plantean las tecnologías renovables.

En este sentido, para lograr que la ciencia esté más en sintonía con las necesidades sociales, Bozeman considera que es necesario acometer los siguientes pasos:

  1. Ampliar los ámbitos de educación en ciencias e ingeniería para formar también sobre las contribuciones sociales que emanan de la ciencia, sobre políticas sociales, o sobre la ética de la ciencia y la ingeniería, especialmente como parte de la educación doctoral.
  2. Evaluar el impacto social de la investigación científica: esto no implica que todos los proyectos de investigación deban necesariamente evaluar el impacto social de sus resultados (p.e. el caso de la exploración de nuevas galaxias), pero exigir una evaluación del impacto social en aquellos proyectos que aspiran a contribuir a objetivos sociales más amplios parece más que razonable.
  3. Estimular ciencia impulsada por la curiosidad: el valor público de la ciencia no va a venir necesariamente de fomentar más proyectos de ciencia aplicada. Existen casos de investigación básica que han tenido un enorme beneficio público (p.e. investigación en silicio), y también casos de investigación aplicada que no han derivado en ningún valor añadido para la sociedad (p.e. proyectos que duplican un conocimiento que ya existía en otro país).
  4. Diversificar la base investigadora: la gran mayoría de los científicos provienen de entornos de clase media y media alta, por lo que resulta imperativo atraer a las ciencias a más minorías subrepresentadas.
  5. Diversificar el empleo de la base investigadora, de manera que la carrera científica se pueda desarrollar en todo tipo de organizaciones (p.e. empresas, administraciones públicas, ONGs) y no sólo en universidades y organismos (generalmente públicos) de investigación
  6. Fomentar la participación pública en la definición de los objetivos de la ciencia: la participación pública en la ciencia no implica que los científicos cedan autonomía intelectual, sino que la sociedad tenga capacidad de poder influir en la dirección de algunas áreas científicas (p.e. implicar a pacientes activistas en el desarrollo de ciencias biomédicas).

A las aportaciones de Bozeman, añadiría una: incrementar la participación de la mujer en la ciencia, tanto en su ejecución, como en la gestión de la misma.

Los investigadores no son misántropos, pero por lo general, han pasado muchas más horas aprendiendo sobre fenómenos naturales que sobre la condición humana. Esto conlleva que, de manera general, los científicos, incluso cuando están socialmente comprometidos, carecen de habilidades para identificar necesidades sociales o dirigir su trabajo hacia soluciones sociales. Probablemente haya quien se plantee, ¿por qué deberían hacerlo?, argumentando que es posible lograr el valor público de la ciencia dejando que los científicos hagan lo que quieren hacen. Eso es lo que argumentaba Vannevar Bush en 1945.

Si hay una posición pública en la que casi todos los científicos están de acuerdo es en la necesidad de incrementar la inversión en ciencia. Al mismo tiempo, una de las cosas que la mayoría de los humanos (incluso los científicos) hacen bien es responder a los incentivos. Cuando imparto clase en el doctorado, les suelo argumentar a los doctorandos que si no existe investigación sobre ‘por qué los animales no saben hablar’, es porque no ha habido ningún programa que dedicara mil millones de dólares a dicha investigación, pero que si dicho programa existiera, podríamos esperar una gran cantidad de propuestas sobre “animales parlantes”, y que argumenten de manera creativa que el hecho de que los animales nos hablen es absolutamente vital para mejorar el bienestar de las personas. ¡¡¡Incluso tendríamos propuestas que harían recomendaciones de política científica en ese sentid!!! Si bien mi ejemplo de los animales parlantes puede resultar irónico, apunta a que los investigadores, como la mayoría de las personas, tienden a ser oportunistas.

Para que los científicos puedan demostrar que están a la altura del desafío, es necesario que la política científica moderna también brinde a los científicos más oportunidades científicas de valor público a las que responder. Y esto es responsabilidad de todos.

#SinCienciaNoHayFuturo #SinEquidadNoHayFuturo

Puedes seguirme en Twitter: @jonmizabala

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Hausnarketa eta eztabaida gure errealitate ekonomikoaz /Reflexión y debate sobre nuestra realidad económica

Sobre el autor

"Donostiako Deustu Business Schoolen eta Lehiakortasunerako Euskal Institutoan, Orkestra-n, dihardugun lau unibertsitate irakasle eta ikertzaile gara. Blog hau sortzera bultzatu gaituena zera da: modu ulerterraz, zorrotz, kritiko eta burujabean egindako hainbat gai ekonomikori buruz gogoetak plazaratzea, gai horiek gure bizitzan eta gu parte garen gizartearenean eragin handia dutelakoan". --------------------- "Este blog pretende reflexionar sobre diferentes cuestiones económicas que nos afectan como personas y como sociedad, de una manera divulgativa, rigurosa, crítica e independiente. Somos cuatro profesores que desarrollamos nuestra actividad académica en la Deusto Business School en su campus de San Sebastián y en el Instituto Vasco de Competitividad, Orkestra. Blog sobre economía de Asier Minondo, Iñaki Erauskin, Bart Kamp y Jon Mikel Zabala".


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