En diciembre 2020 el Gobierno Vasco lanzó un programa de apoyo para empresas que optan por el reshoring, es decir: que repatrian actividades fabriles desde el extranjero.
Durante el pasado mes de febrero salió la noticia que la empresa Kide, fabricante de sistemas frigoríficos y secaderos, y perteneciente a Mondragon Corporación Cooperativa, va a repatriar sus actividades productivas en China hacia Berriatua (Bizkaia). El tema del back-shoring cobró mucha atención en 2020 a raíz de la pandemia y las rupturas en las cadenas globales de suministro. Generó debates acerca de la dependencia de importaciones desde países como China, la fiabilidad y el coste de las líneas de transporte intercontinental y el posible interés de tejer redes de producción y suministro intra-europeas. Más aún cuando diferentes países han empezado a flirtear con restricciones de exportación. No sólo para medicinas y vacunas, sino también para otros productos como chips y minerales raros.
Pero eso del back-shoring, ¿es algo verdaderamente realista? Es una pregunta que se puede aproximar desde diferentes ángulos, y uno de los que todavía no se ha aplicado (mucho) es el relacionado con ¿qué nos dicen las expectativas en cuanto a FDI (Foreign Direct Investment o Inversión Directa del Extranjero) hacia países como China a futuro? Parece razonable pensar que, si las empresas decidieran retornar actividades manufactureras a casa desde China, las inversiones directas en China también se redujeran.
Con base a información de Rhodium Group /Baker Mackenzie y la UNCTAD sobre las inversiones extranjeras en China, se ve que la cantidad de capital para inversiones empresariales en China mantuvo una senda creciente en 2020 a pesar de la pandemia. Es cierto que hubo empresas foráneas que pararon en algún momento sus planes de entrada o de expansión, pero al lograr contener la pandemia dentro de sus fronteras China consiguió que los inversores extranjeros continuaran con sus planes. Durante la segunda mitad del año, China experimentó un gran rebote de inversiones extranjeras. Mientras que las inversiones extranjeras en China y en algunos otros países de Asia Oriental subieron, los típicos grandes receptores de FDI (como los EE. UU. Y Europa) vieron como estos flujos bajaron sensiblemente, hasta tal punto que por primera vez hubo más FDI entrando en China que en los EE. UU.
Como tal, parece que la COVID-19 no ha podido interrumpir el desplazamiento del centro de gravedad económico global hacia el Este. De hecho, es lógico esperar que el interés por FDI como modo de entrada hacia los países asiáticos a lo largo del océano atlántico se mantenga, ya que cuenta con múltiples países donde la demanda y el poder adquisitivo se desarrolla favorablemente. Por lo tanto, por mucho que estos países pueden estar en vías de perder sus respectivas ventajas competitivas basada en los bajos costes de producción, su atractividad para los inversores se mantiene intacto ya que se están convirtiendo en mercados cada vez más desarrollados con una clase media creciente. En este sentido, y dado que se ubican cada vez más actividades fabriles en el lejano oriente para acercarse a mercados finales y/o a proveedores competentes y no para motivos de bajos costes, a muchas empresas les importan más las oportunidades comerciales que su dependencia de esta zona geográfica en cuanto a la provisión de piezas y componentes. Consiguientemente, a futuro es probable que se mantenga un notable interés inversor en esas latitudes. Es más, el eventual encarecimiento de operaciones logísticas y una menor fiabilidad de los flujos de transporte intercontinental podría llevar a más off-shoring (ya que producir in situ da más garantías que exportar mercancía desde lejos) en lugar de alimentar el fenómeno del back-shoring.
Bart Kamp