Hace dos semanas di mi curso anual sobre Strategic management of Start-ups en la Louvain School of Management en Bélgica. Como cada año analizamos etapas y trayectorias a lo largo del ciclo de vida de start-ups exitosas y malogradas. En paralelo, hicimos un repaso al contexto en el que actúan las start-ups en la actualidad. Como parte de ello indagamos en el papel de las start-ups en medio de la pandemia y/o cómo esa circunstancia afecta a su posibilidad de abrir mercado y dar viabilidad a sus proposiciones de valor. También incluía una valoración de como las start-ups, como fenómeno empresarial, han progresado en múltiples frentes en lo que va de siglo, tanto en lo que hace referencia a sus contribuciones tecnológicas como a su posicionamiento en mercados diversos. En este sentido, me ha llamado la atención la cantidad de estudios (estadounidenses) semi-recientes que insinuan que la capacidad de las start-ups para conquistar el liderazgo en sus mercados objetivos y de conseguirlo con rentabilidad económico-financiera esté bajo presión.
Vayamos por partes. En Europa tendemos a pensar que la falta de fondos para start-ups representa el mayor obstáculo para esas empresas a la hora de crecer y poder dominar un (nicho de) mercado. Es más: se ve en esa falta de medios financieros un argumento de peso para explicar por qué las start-ups europeas con gran potencial mudan su sede a los EE. UU. Desde la irrupción del pensamiento sobre innovación disruptiva de la mano de Clayton Christensen, había una tendencia a pensar que las grandes empresas tienen más que temer de las start-ups (en cuanto a competencia por cuota de mercado) que al revés. Sin embargo, en los últimos años han salido varias publicaciones que cuestionan estas ideas.
Para empezar, Jeffrey Funk observa cómo las pérdidas acumuladas que arrastran las start-ups y los unicornios son inmensas, siguen aumentando y pesan como una losa sobre su posible rentabilidad en el futuro (con Uber a la cabeza con 25 mil millones de pérdidas agregadas). Al mismo tiempo, Morgan Stanley constata que el don de “picking winners” que se suele atribuir al sistema de capital riesgo y que tradicionalmente representa al valedor principal de muchas empresas de nueva creación con gran potencial se está evaporando también desde finales del siglo pasado (ver en particular Exhibit 6). En segundo lugar, James Bessen enseña que las probabilidades de que las empresas de nueva creación desplacen a los tradicionales líderes al frente de múltiples mercados han disminuido sustancialmente desde finales de los años 90 (ver en particular Figure 1. Displacement Hazards). Luego hay estudios de Gutierrez y Philippon que demuestran como los grandes poderes corporativos han intensificado su actividad de lobbying para defender sus posiciones en el mercado frente a empresas nuevas que vienen con nuevas propuestas de valor. Además, un estudio de Zook muestra que cuando se comparan las start-ups con iniciativas del tipo intraemprendimiento por parte de empresas establecidas de cara al desarrollo de un nuevo negocio que genera de forma recurrente 100 millones de dólares anuales, las probabilidades son de 1 a 500 (para las start-ups) frente a 1 a 8 (para las iniciativas intraemprendedoras).
Por último, existe un movimiento creciente de empresas establecidas (incluidas antiguas start-ups) que adquieren start-ups en crecimiento. Esto se concibe a menudo bajo el lema de “corporate venturing” o de innovación abierta, pero evidentemente son también operaciones que pueden llevar a desbancar a las start-ups del mercado (“si no puedes vencerlos, cómpralos”) o, al menos, a frenar su poder competitivo. En conjunto, hay datos de GCV Analytics que muestran cómo el importe total de las inversiones corporativas en start-ups creció de 17.000 millones de dólares a 134.000 millones entre 2012 y 2019.
Sin lugar a duda, dicho crecimiento superó el aumento que las empresas establecidas invierten en sus actividades de I+D interna. Esto muestra un desplazamiento de gastos en I+D propia hacia adquisiciones e inversiones corporativas en start-ups innovadoras. Este efecto sustitutivo es notorio ya que en el pasado Blonigen y Taylor demostraron que empresas que son activas en adquisiciones gastan menos en I+D+i, y viceversa.
A pesar de esta creciente inversión corporativa en start-ups, las empresas establecidas no parecen sacar suficiente rendimiento de estas interacciones para mejorar sus resultados de innovación. Es decir: más de tres cuartas partes de las iniciativas de innovación entre empresas establecidas – para las que dependen cada vez más de empresas externas, como los start-ups – no obtienen los resultados deseados. Al mismo tiempo, el hecho de echar sus redes sobre las start-ups puede perjudicar a estas últimas por las dinámicas señaladas arriba (aunque también puede haber start-ups del estilo “build to be bought” para quienes la esperanza de ser compradas puede formar un incentivo para invertir más en su propio I+D – una idea sobre la que, entre líneas, especula también algunos de los estudios aquí citados).
Por todo ello, el hecho de que las start-ups cuenten con un alto índice de fracaso (sólo el 10% sobrevive a sus primeros 10 años) no sólo se sustenta en el hecho de que actúan en mercados/ámbitos tecnológicos de alto riesgo, sino también porque empresas consolidadas -desde los EE. UU. o de otro lugar- pueden coartar su potencial.
Bart Kamp