En mi post anterior, y ante la posibilidad de que se volvieran a convocar nuevas elecciones generales, mostraba las características de la clase política sueca, en comparación con la media de la población de dicho país. En el mismo, evidenciaba cómo la clase política sueca contaba con una mayor capacidad de liderazgo y un nivel educativo superior al de la población, confirmando que la política sueca es capaz de ofrecer incentivos que permiten atraer a personas competentes. Sin embargo, como también indicaba en dicho post, son varios los ejemplos que evidencian cómo líderes visiblemente ineptos son elegidos como representantes políticos. Pero, ¿por qué?
En un artículo publicado en Harvard Business Review, Tomás Chamorro-Premuzic sostiene que las personas, en general, tendemos a malinterpretar las demostraciones de confianza como un signo de competencia. Según los resultados de su investigación, cuando una persona manifiesta una elevada confianza en sí misma, es percibida por el resto con una elevada dosis de carisma o de encanto. Esto conlleva que cuando se trata de liderar (una empresa, un país, etc.), tenemos a confundir dicha dosis de confianza/carisma con el potencial de liderazgo.
Haciendo referencia a Freud, Chamorro-Premuzic argumenta que el proceso psicológico que explica por qué otorgamos nuestra confianza a un determinado líder se debe a que tendemos a reemplazar nuestras propias tendencias narcisistas con aquellas del líder, de forma que nuestra confianza/amor en el líder es una forma encubierta de reforzar nuestra confianza/amor en nosotros mismos.
La implicación paradójica de este comportamiento es que las mismas características psicológicas que permiten que los supuestos líderes asciendan en sus respectivas organizaciones (o partidos políticos) son a su vez las responsables de su deslegitimación social. Lo que se necesita para subir en el organigrama y lograr un puesto de liderazgo no sólo es diferente, sino que además es lo contrario de lo que se necesita para hacer bien el trabajo que debería asociarse a dicha posición. En consecuencia, demasiadas personas incompetentes, pero con elevada confianza en sí mismas, son promovidas a puestos gerenciales y de dirección, en detrimento de otras personas que, siendo más competentes para dichos puestos, no exteriorizan dicha autoconfianza. El resultado final de esta patología psico-social, es que tendemos a recompensar la incompetencia y castigar la competencia, en detrimento de todos.
No estaría de más que tuviésemos en cuenta esta aparente artimaña que parece hacernos nuestra psique en las próximas elecciones generales, para que nuestro voto sí pueda ir en beneficio de todos.
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