Jon Mikel Zabala Iturriagagoitia
Con este post damos comienzo al decimocuarto año del blog de Ekonomiaren Plaza, como parte de la edición digital de El Diario Vasco.
Una de las decisiones que mayor influencia puede tener sobre el futuro de nuestros hijos es el de decidir cuándo deben empezar a ir al colegio y escoger el colegio en el cual matricularlos. Cada vez más investigaciones nos muestran que el momento en que los niños empiezan la escuela puede tener un impacto profundo en su desarrollo académico, social y emocional. En este sentido, un estudio reciente concluye que comenzar la escuela un poco más tarde podría ser beneficioso para el bienestar y el rendimiento escolar. El estudio, realizado en Noruega, analiza a 400.000 niños utilizando registros de salud y educación, y evidencia cómo cada año adicional de madurez antes de comenzar la escuela reduce en un 59% el riesgo de ser diagnosticado con TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad). Además, los niños que empezaron la escuela siendo un poco mayores tuvieron mejores resultados, tanto en matemáticas como en lectura.
Según la autora del estudio, existen dos explicaciones principales sobre por qué ocurre este fenómeno:
El estudio evidencia como en el caso de Noruega, los niños nacidos justo antes de la fecha límite de inscripción tienen más probabilidades de ser diagnosticados con TDAH y de obtener peores resultados escolares que los nacidos justo después. Este efecto persiste hasta la adolescencia, y aunque se atenúa con el tiempo, sigue siendo perceptible.
Interesantemente, el estudio revela que muchos padres intentan adecuar el momento del nacimiento de sus hijos para evitar que sean de los más pequeños de la clase. De hecho, en Noruega, un 10% de los nacimientos cercanos a la fecha límite de inscripción escolar se “desplazan”, mediante cesáreas programadas o inducciones, de manera que los niños pasen de ser de los más pequeños del grupo a los más grandes. Este fenómeno es más común en familias con mayor nivel educativo y mejores recursos económicos, que buscan dar a sus hijos una ventaja competitiva desde el inicio. Aunque el estudio al que hacemos referencia en este post se centra en Noruega, se han encontrado resultados similares en otros lugares como Japón y Corea del Sur.
Para paliar estos posibles efectos y estrategias, la autora del estudio sugiere que los sistemas educativos podrían por un lado ofrecer más flexibilidad a la hora de decidir el inicio escolar, especialmente para niños nacidos en los meses cercanos a la fecha límite de inscripción. En segundo lugar, la autora considera que se debe prestar especial atención a los niños más pequeños de cada cohorte, ofreciendo apoyos adicionales para compensar las diferencias de madurez. Por último, se recomienda formar a los profesores para que tengan en cuenta la edad relativa al evaluar el comportamiento y el rendimiento de sus alumnos, evitando diagnósticos erróneos como el de TDAH.
Este hallazgo pone de manifiesto algo preocupante pero manifiesto, y es que incluso en sistemas educativos igualitarios como el noruego, las diferencias sociales pueden empezar antes de que los niños pisen el colegio por primera vez. Por tanto, si (re)conocemos ese comportamiento social, tal vez el verdadero reto no radique en decidir cuándo se debe dar comienzo a la escuela y cuándo se debe inscribir a los niños en la misma, sino en garantizar que el sistema educativo esté diseñado para tratar de corregir y compensar las desigualdades de partida.