Alberto Moyano
“Muchos años después, ante el pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía había de recordar la tarde remota en que
su padre lo llevó a conocer el hielo”. Uno de los misterios literarios
más insondables que he encontrado es la extraña fascinación que este ya
sobado arranque de ‘Cien años de soledad’ provoca entre lectores y
críticos desde hace varias décadas. Incluso he leído una largísima y
espesa introdución al libro en la que se desglosaban los intensos meses
de trabajo que Gabriel García Márquez dedicó a la construcción
semántica que abre su más famosa novela. Debo decir que las prolijas
explicaciones terminaron de espantarme. Por ir un poco más allá,
digamos que encuentro insoportables la novela en cuestión, el realismo
mágico y a su inventor.
El mejor inicio de relato que he leído en varios años dice así: “En abril del año pasado, mi hija Helena, la única que
tenía, murió por el impacto recibido en su coche por un coche cuyo
conductor conducía bajo los efectos del alcohol. Ella tenía sólo veinte
años”. El texto apareció publicado el
pasado sábado, día 11, en la sección de Cartas al Director de este
periódico. Lo firmaba, desde algún abismo de dolor, “Flor Zapata (madre
de Helena)”.