Alberto Moyano

El advenimiento del alto el fuego permanente ha disparado las
expectativas de crecimiento económico, empresarial turístico, social y
hasta moral del País Vasco. Al hilo del reportaje publicado por DV el
pasado domingo sobre las perspectivas turísticas que se abren a partir
de ahora para San Sebastián y Gipuzkoa, el escritor catalán Quim Monzó
escribe hoy en ‘La Vanguardia’ un artículo en el que advierte que
Donostia “puede acabar tan prostituida como Barcelona o Praga, ciudades
que los rebaños con cámaras colgando del cuello han desgraciado ante el
beneplácito de autoridades y empresarios, que vienen a ser, si no lo
mismo exactamente, sí dos caras de la misma moneda”. El autor de
‘Gasolina’ asegura que “si San Sebastián no consigue controlar la marea
(…) será un parque temático más, una de tantas ciudades que fueron
preciosas hasta que decidieron vender su alma a las hordas bárbaras”.
Seguramente, Monzó tiene razón en sus temores, pero comparar San
Sebastián con Praga es una hipérbole. No llegamos a tanto, ni por
dimensiones, ni por número de habitantes, ni por historia. Dicho esto,
coincidiré con Monzó en que Praga es una de las ciudades más infernales
que uno pueda conocer. Por eso mismo, equipararla con Barcelona es otra
desmesura. “Si yo fuera donostiarra pensaría que buena parte de mis
conciudadanos corre grave riesgo de perder la cabeza”, concluye Monzó y
creo que no sabe hasta qué punto tiene razón.
Lo más curioso es que todas estas especulaciones sobre el brillante
futuro que nos espera las sostienen los mismos que auguran una
imparable pérdida de glamour para toda la provincia si la Real baja a
Segunda. O quizás sería más correcto escribir: cuando la Real haya
bajado a Segunda.