Alberto Moyano

Dicen que en el Kursaal se organizan actos obscenos y es cierto. Un
rápido repaso a su programación así lo confirma. El domingo, sin ir más
lejos, actúa –o lo que sea– la grotesca niña María Isabel en sesiones
de mañanaa y tarde. Nueve años de edad,  y conocida por balbucear
Antes muerta que sencilla, gracias a Dios en playback, por todos los
escenarios televisivos, no es aventurado adelantar que la criatura está
fabricando a ciudadanos disfuncionales que en cinco años dedicarán su
tiempo libre a atragantarse de botellón. ¿No hay oficina de defensor
del menor? Se trataría no tanto de proteger a la niña, versión
jibarizada e irreversible de cualquier suprema de Móstoles, como de
preservar la relativa inocencia de los menores que se verán arrastrados
por sus padres al espectáculo degradante. Otro tanto se puede decir de
los menores que obligarán a sus progenitores a acompañarles al dantesco
montaje.
El Kursaal, como empresa solvente que es, debe echar madera a la
caldera continuamente y eso obliga a adoptar la temible divisa de «para
todos los gustos», incluyendo el gusto nulo o incluso el abyecto. Hubo
artistas y músicos españoles que tuvieron un recuerdo en el Velódromo
para losEric Clapton, Bob Dylan, AC/DC o Silvio Rodríguez que les
precedieron en ese recinto. Ahora, llega María Isabel al Kursaal y ¿qué
dice? ¿Es un honor para mí actuar en el mismo escenario en el que lo
hizo Lou Reed?