Alberto Moyano
«¿No habría sido el evento del sábado, con el desnudo obligado, la
masificación, las condiciones adversas, calificado de vejatorio si
hubiera sido orquestado, por ejemplo, por un comisario político?». Ésta
es la pregunta que con pretendida astucia se formula hoy un lector
desde las Cartas al Director del DV. Al margen del pequeño detalle de
que no hubo un sólo «desnudo obligado» por cuanto sólo participaron
voluntarios en la instalación de Spencer Tunick, la pregunta incluye
trampas para elefantes.
Efectivamente, si el acto hubiera sido «orquestado por un comisario
político» estaríamos claramente en el terreno de lo vejatorio.
Exactamente igual que si las caravanas de vehículos que atiborran las
carreteras en este puente festivo fueran en realidad deportaciones
masivas de población «orquestadas por un comisario político»;
exactamente igual que si la gente que se ata a una silla para
precipitarse contra el suelo en caída libre desde una altura de
cincuenta metros no estuviera en Port Aventura, sino bajo las órdenes
«orquestadas por un comisario político»; exactamente igual que si el
ciudadano que acude a votar en el día de las elecciones a determinado
partido político, tuviera que hacerlo por obligación a ese mismo
partido, siguiendo las instrucciones «orquestadas por un comisario
político».
La diferencia entre vejatorio y ponga usted cualquier otro adjetivo es
el carácter voluntario o no del acto. Por lo demás, a la vista de todas
estas críticas que para no decir su nombre –esto es: el desnudo es
pecado–, recurren a los argumentos más peregrinos, a uno le entra la
tentación de revalorizar aún más la pertinencia artística de las
instalaciones de Tunick.