Alberto Moyano

La clase intelectual acumula pecados en una lista que se haría
interminable, pero quizás el más hilarante es la ausencia de modestia.
La descomposición mediática desatada a raíz del retiro estomacal de
Fidel Castro puede servir para ilustrar la abismal desproporción entre
la realidad y las desmesuradas espectativas que algunos intelectuales
depositan en sí mismos.
Comenta con nostalgia Arcadi Espada hoy en ‘El Mundo’ aquel artículo de
la editora Beatriz de Moura titulado: «Proletarios del mundo,
perdonadnos». Al parecer, De Moura pedía «humilde perdón» por las
pasadas veleidades rojillas de ella misma y de otros de su generación
–y aquí viene lo bueno– que «habían contribuido a prolongar en el
tiempo las dictaduras comunistas». Obviamente, el artículo en cuestión
tuvo sobre las «dictaduras comunistas» el mismo impacto que sus
eventuales escritos en favor de ellas, es decir, ninguno. 
Mal que les pese a las conciencias críticas de Occidente, sus impulsos
en favor o en contra de lo que quieran –en este caso, el régimen
cubano– han dejado la nada más absoluta como resultado, a excepción
quizás de una conciencia en permanente mar rizada, siempre de camino a
la tintorería.
Por lo demás, desde que La Habana saltó a la primera plana de los
telediarios, no logro sacarme de la cabeza aquel poema de Jaime Gil de
Biedma: «… y todos cuantos aún / buscamos en el mundo / un poco de
esperanza / que no venga de Miami» (Durante la invasión, 1966).