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Alberto Moyano

El jukebox

Conversación robada en un autobús

Alberto Moyano

Autobús Pesa Bilbo-Donostia. Sábado, 5 de agosto. 20.15 horas. A la
altura del peaje de Durango. El vehículo viaja lleno. El ocupante de la
primera fila, a la derecha del conductor, protagoniza una conversación
telefónica con un dispositivo de manos libres y, para qué negarlo, a
grito pelado.
– Ehh ¿qué pasa tía? Bien, bien, aquí, en el autobús de Bibao.
– (…)
– Sí, es que me he venido a Bilbao. ¿Te acuerdas de la foto que te
enseñé de aquella chica monilla? Pues es que hemos quedado aquí y he
venido.
– (…)
– Una historia superrara. Hemos quedado hoy, en la estación de autobús
y nada, cojo el bus, llego y ahí estaba. Total, que me bajo, me
presento y le pregunta a ver que qué tal, ya sabes en plan físicamente,
y ella dice: «No, bien, tal..». Así que empezamos a andar y a los
veinte metros, va y empieza a decir que se pira, que se tiene que ir,
que ya hablaremos y no sé qué. Y yo: «Pero ¿qué pasa? ¿es por mí? ¿es
por mí?». Y ella: «Que no, que no, que me tengo que ir». Toda nerviosa
la cabrona. Yo creo que era por mí, pero bueno…

A estas alturas, de la conversación, toda la parte delantera del
autobús, incluido el chófer, está pendiente de la evolución de la
historia y algunos de los pasajeros hasta se contorsionan en sus
asientos en un intento de ver qué aspecto ofrece el protagonista.

– (…)
– Qué no, qué no, para nada. Pensaba sólo conocerla, tomar alguna copa
y volver en el último autobús, a las 22.30. No sé que ha pasado.
Supongo que he sido yo, aunque no sé qué he hecho. Yo le preguntaba:
«Pero, tía, ¿he hecho algo?». Y ella: «que no, que no, que son cosas
mías, que me tengo que ir».
– (…)
– Y tanto. No sé qué me pasa con las tías, pero no tengo suerte.
– (…)
– Buahh, no sé, tía. Si es que encima ayer salí y hoy estoy de resaca.
Ya ves, llevo dos horas en autobús por culpa de la hija de la gran
puta. Eso no se hace, ¿no crees?
– (…)
– No, no, estoy bien de ánimo. Buahh, igual salgo y nos vemos por la noche.
– (…)
– Vale, vale, ta’luego.

El autobús continúa su viaje hasta la estación de autobuses
donostiarra. Una vez allí, el vehículo aparca y los ocupantes saltan de
sus asientos como impulsados por un resorte para ver al abandonado en
cuestión, que podría ser descrito como joven, con gran nariz aguileña,
ojos de pájaro, pelo escaso pero engominado, y ataviado con un pantalón
beige y una camisa azul y blanca de inspiración hawaiana. Una vez en
tierra, el joven comienza a caminar y se pierde por las calles de Amara.


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