Alberto Moyano
No por estar presos dejan de tener derechos, decía en su artículo de ayer en la última de ‘El País’ Elvira Lindo, saltándose así una magnífica oportunidad de guardar silencio. Porque la mujer de su ‘santo’, frívola los domingos, comprometida los miércoles, estomagante siempre, no ha mostrado desvelo alguno por los encarcelados a lo largo de su ya extensa carrera de columnista republicana con mesa en el banquete de Letizia. El peligro de alternar todas esas facetas es que se produzca lo que los CSI llaman transferencia. Por alguna extraña ley, esta contaminación implica una filtración de los aspectos más frívolos en los más nobles. Nunca al revés.
En un país en el que la situación de las cárceles no la defiende ni la directora de Instituciones Penitenciarias, hubiera sido ingenuo esperar que la Lindo se refiriera en su comentario anterior a los reclusos hacinados en la prisión de Nanclares, al criminal en huelga de hambre o al joven que ayer ingresó en prisión por un delito de posesión de drogas cometido hace años, una vez ya rehabilitado y con su mujer embarazada.
Tras una larga perorata sobre ‘Matar a un ruiseñor’ -en sus versiones en cine y novela- Elvira denuncia, casi sobra decirlo, la enorme presión que soportan los presos de la Operación Malaya y sus familias. Ya se sabe: el acoso mediático -una denuncia ya recurrente que lleva camino de convertirse en adicción- que sufren las familias, los amigos, la Pantoja…
Esto es lo que en 2006 y en España, se llama una intelectual comprometida. Y claro, a tal izquierda, tal derecha.