Alberto Moyano

La entrevista al arquitecto se ha constituido ya en un género
periodístico en sí mismo. La pregunta se repite, con leves variaciones,
una y otra vez: ‘¿Qué opina de la arquitectura de autor?’ Y la
respuesta también: «No me gustan los arquitectos que anteponen su
creatividad o las ganas de epatar a la funcionalidad del edificio». Y
también: «No hay que olvidar que los edificios son para que la gente
los use y los habite». La entrevista al arquitecto suele ir acompañada
de fotografías de sus creaciones más emblemáticas y, generalmente, hay
que dedicarles un buen rato de atención tan sólo para intuir cuál puede
ser la puerta.
Frank Gehry, autor del memorable Guggenheim bilbaíno, presentaba ayer
en Elciego el edifico que alberga un hotel de lujo en las bodegas de
los herederos del Marqués de Riscal. El nuevo hotel se parece al museo
bilbaíno como el hijo del cura al cura. «Prefiero la sencillez al lujo
pomposo», decía hoy en ‘El Correo’ el arquitecto-estrella, al que los
expertos atribuyen un estilo «libre y desacralizado». ¿Libre y
desacralizado? Bueno, no tanto. Hotel o museo, campos de viñedos o
urbanismo bilbaíno, Gehry no hace diferencias: la misma asimetría, el
mismo material, idéntico discurso. Libre, sí, como un músico de jazz
que repite sus improvisaciones, noche tras noche. El ‘sencillo’ Ghery,
cuyo hotel oferta habitaciones que van de los 350 a los 1.350
euros,  pregunta: ‘¿Has visto las habitaciones? Son sencillas y
cómodas, igual que este pueblo y esta comarca».
Por otra parte, no todos los arquitectos consideran que la libertad sea
una virtud. Sin ir más lejos, Ricardo Aroca, decano del Colegio de
Arquitectos de Madrid, aclara hoy en ‘El Mundo’: «En el diseño de
edificios hay excesiva libertad». ¿Es fiable Aroca? No mucho.
Preguntado por el sueño que le queda por construir, responde: «Me
hubiese gustado hacer un edificio alto. Por supuesto, de más de 250
metros». Por supuesto.