Alberto Moyano
Fuera de los países hispanohablantes, Baroja no existe. Esta afirmación
es un dato objetivo que no aporta nada a favor o en contra del
escritor, sólo constata un hecho que ayuda a poner en perspectiva la
obra del escritor, ante la avalancha mediática que se desplegará esta
próxima semana. Como el contexto lo es todo, habrá que añadir para ser
justos que el resto de los compañeros de su generación corren idéntica
suerte, a excepción, quizás, de Unamuno.
Si la familia reclama para Don Pío más atención, o al menos otras clase
de atención, por parte de su Donostia natal en este cincuenta
aniversario de su muerte, hay que decir que en aquel Madrid de sus
correrías se está ignorando la efeméride y en el extranjero, ni sabrían
decir de qué les estás hablando. Si buscas Pío Baroja en google, entre
las cien primeras respuestas sólo una es en inglés y es la de la
Wikipedia. Y en Amazon, tres cuartos de lo mismo: las traducciones
brillan por su ausencia.
Al fin y al cabo, Pío Baroja es, más o menos, lo que se conoce
por un escritor maldito. Lo que pasa es que las trazas de abuelo
desauciado que luce en las fotos resta mítica a su imagen. En cuanto a
sus obras, puede que se consideren excesivamente localistas, muy
decimonónicas, quizás su misoginia pasó de moda o puede que tan sólo
sea otra víctima de la autarquía española de doble dirección. Una pena.
Hemingway elogió su estilo sencillo, tan denostado por los pacoumbrales
de este mundo, y muchos autores envidiaron esa energía con la que sus
historias de cogen por las solapas y te arrastran hasta la última
página.