Alberto Moyano

El programa de Teledonosti ‘Luna llena’ reunió anoche al psiquiatra
Imanol Querejeta, la actriz Esther Esparza y el escritor Miguel Sagüés
para hablar de todo esto. Tras sobrevolar rápidamente el tema del
proceso con un par de «hay que hablar», la tertulia derivó hacia el
inminente Tambor de Oro donostiarra.
Hubo coincidencia en la charla sobre la necesidad de incrementar el
número de mujeres galardonadas –actualmente, ridículo en porcentaje–, y
tras los habituales comentarios en torno a si detrás de todo gran
hombre hay una gran mujer o simplemente, una mujer asombrada –tema que
siempre se ilustra con el ejemplo de Chillida y su mujer, y nunca con
el de Oteiza y la suya–, apareció el nombre de la bióloga Cristina
Garmendia, propuesta por los partidos del gobierno municipal
donostiarra y cuya candidatura no salió finalmente adelante. Fue ahí
cuando entre loas a la figura de la mujer, volvió a asomar la patita de
ese machismo que no osa decir su nombre, pero que se traduce
inevitablemente en elogios a lo bien que, en este caso Cristina
Garmendia, compagina la vida profesional con la familiar, un aspecto
que jamás se menciona en el caso de los hombres. ¿Compagina bien Pedro
Abrego el Asador Donostiarra con las labores de casa? ¿Sí? ¿No? ¿Quizás
no se sabe?
En esta línea de «ponerle faldas» al Tambor de Oro, alguien mencionó a
Lucía Lacarra, que viene de bailar en el Concierto vienés de Año Nuevo.
Aun a riesto de pasar por aguafiestas, hay dudas de que el mismo mundo
entero que vio el evento por televisión sepa quién es Lucía Lacarra, si
la joven es natural de Zumaia y no digamos ya si le gusta o no San
Sebastián, del mismo modo que nadie se acuerda de quién bailó en 2006.
Una espectadora que llamó por teléfono lo dejó claro: «Lucía Lacarra no
ha hecho aún lo suficiente por San Sebastián». Exacto. No como Abrego,
que en los tiempos gloriosos, incluso llevaba a Barajas bocadillos para
los jugadores de la Real.