Alberto Moyano

La prensa ha pegado duro a los Stones a lo largo de estos 45 años. Lógico: nunca ha sido un grupo de virtuosos, ni innovador, ni simpático. Su longevidad constituye un desafío a las leyes del negocio tal y como lo entienden los críticos, esclavos hasta cierto punto de la palabra ‘novedad’. A cambio, los Rolling han sabido siempre sacar lo peor de las legiones de periodistas con menos luces. Así, hay que sonrojarse viendo cómo aún se echa mano de los tópicos más ramplones, que comienzan con eso de ‘sus satánicas majestades’, continúan con lo de ‘dinosaurios del rock’ y terminan con aquello de ‘las edades de sus cuatro miembros suman no sé cuantos años’.

En realidad, las cuestiones básicas del asunto se dilucidaron anoche en el Estadio de Anoeta, entre las diez y las doce aproximadamente. Y, una vez más, la música fue la protagonista de un concierto en el que nadie se sintió engañado y lo que es más importante, nadie fue engañado. Dicho de otra forma: el imponente repertorio fue interpretado con chorros de pasión y nadie vejó al público invitándole a enviar mensajes SMS a África (o quizás era contra el hambre en África… Da igual).

Las cosas siguen donde estaban: los Rolling son los últimos y más nobles representantes de una estirpe que pronto desaparecerá. Di lo que quieras sobre ellos, bueno o malo, que seguró será algo aplicable también al rock & roll en general.