Alberto Moyano

El hecho de que Don Juan Carlos de Borbón, vestido de militar, salvara a España de sí misma hace veintiséis años no debe servir para ocultar por más tiempo que entre los miembros de su familia figuran algunos ‘frikis’ de libro.

Se ignora si ha tenido que desempolvar el uniforme para respaldar a su hija mayor en el momento de dar puerta a su -por el momento- marido. En una especie de textículo perpetrado en una prosa directamente inspirada en la de los comunicados-tregua, la Casa Real anuncia “el cese temporal” de la convivencia de los duques de Lugo.

Los tertulianos, por el contrario, mantienen todos los frentes abiertos. La noticia ha servido para desatar la inquina contra el renqueante duque, calificado velada pero reiteradamente de vago en las últimas horas. Peor sería lo contrario. La historia de las mejores coronas demuestra que la omisión es menos dañina que la acción. Que la citada indolencia corra a cuenta de los Presupuestos del Estado sólo es atribuible a las imperfecciones propias del sistema.

Sorprende, en todo caso, que los mismos que dedican horas y horas durante largas semanas a cubrir los enlaces, nacimientos y bautizos en la Familia Real -y a retransmitirlos todos ellos en riguroso directo- debatan ahora con cara de tontos sobre si éste es un asunto público y privado. Y de paso, confirman que igual que los 3.000 euros de multa a los dibujantes de ‘El Jueves’ son la traducción del ‘¿por qué no te callas?’ al lenguaje judicial, el cortesanismo viene a ser republicanismo por otros medios.

  Así, si alguien relacionado con la insigne familia sufre un ictus, se suicida o se separa no hay que esperar mucho para que los palmeros saluden la noticia como una prueba más de que los miembros de la Familia Real son como el resto de los españoles, llegando los más osados a proclamar que se demuestran que también son humanos.

Una lógica peligrosa por cuanto esa espiral podríamos conducirnos a lugares incómodos y a conclusiones de difícil encaje en la Constitución, dado el país tan raro en el que habitamos y en el que, como demuestra el periódico cada día, hay gente para todo.