Alberto Moyano
La desaparición de la feria DFoto es una desgracia, pero también ofrece
alguna lectura positiva. Por ejemplo: libera fechas de ocupación en el
Kursaal que pueden ser destinadas a más eventos gastronómicos –la
entronización de nuevos cofrades de la almeja sulfatada, por ejemplo–,
a la vez que elimina un incómoda cita del calendario cultural
donostiarra que al visitante común sólo se servía para evocar la
pérdida de la colección fotográfica Ordóñez-Falcón para la ciudad.
Aunque lo cierto es que a nuestros jugos gástricos se les acumula el
trabajo: finaliza Cook & Fashion, en el que unas modelos eran
disfrazadas de pintxos –mejor hubiera sido al revés porque, al menos,
facilitaría una respuesta positiva a la consabida pregunta de
«¿bailas?»–. A pocos kilómetros, concretamente en Tolosa, se celebran
los actos de adoración a la Alubia –hoy es la gran Fiesta de la
Legumbre– y en Donostia los bareros se aprestan a ofrecernos sus tres
nuevas creaciones en miniaturas a precios rebajados en un 30%, es
decir, al mismo que costaban el pasado mes de junio, tal es la
cabalgada inflacionista.
Pero lo imporante comienza el lunes porque En Lo mejor de la
gastronomía, los cocineros más rutilantes intercambiarán secretos,
impartirán cursillos y dejarán flotando en el aire veinte duros de
filosofía de vida. No nos engañemos: la gastronomía actual es autoayuda
para tragoncillos y glotoncetes.
Este año, además, el encuentro llega con el reto de hacer creíble la
presunta profundidad artística de las distintas propuestas tras el
petardazo de Adriá en la Documenta de Kassel –un fijo en las lista de
los cinco mejores gatillazos que uno se llevaría a una isla desierta–.
De la magnitud del pinchazo dará cuenta el tiempo que la organización
deje pasar antes de volver a invitar a otro cocinero.
Pasen, pues, por caja para asistir a Lo mejor de la gastronomía y
asómbrense una vez más con los ejercicios de ilusionismo que los
cocineros, restauradores, creadores gastronómicos o como se llamen son
capaces de perpetrar con la sola ayuda de las materias primas, un poco
de calor y algún gas noble. Sin olvidar –lamento tener que recordarlo–
que por muy suculenta que sea la obra de arte, ni por inolvidable que
sea su presentación, su futuro no puede ser otro que el WC. Justicia
poética, no siempre al alcance de las manifestaciones artísticas
contemporáneas que amenizan nuestra existencia.