Alberto Moyano
Los periódicos recogen una prueba más de la implacable lógica del mercado: tras quince años de subida, los pisos bajarán de precio a un ritmo cercano al 2% durante los dos próximos años. Ni que decir tiene que éstas son las estimaciones más conservadoras y que la bajada real puede ser mayor y más prolongada.
La noticia se llevará por delante, a más tardar tras las navidades, a buena parte de las inmobiliarias que han florecido a lo largo y ancho de las ciudades a la sombra de unos precios que primero se calificaban de abusivos y acto seguido se abonaban. Todo esto, a pesar de que la proliferación de grúas de la construcción que te encontrabas por cuantas ciudades y pueblos pasases anunciaban pinchazo a cuenta de hiperexceso de la oferta.
El precio de la vivienda, una de las mayores preocupaciones de la ciudadanía a tenor de las encuestas, continuará como un fijo en el nefasto ranking: antes, porque subía; ahora, porque baja. El sistema es implacable porque todos somos sistema. La compra de la casa tiene la poderosa virtud de mutar los intereses objetivos de una persona, del blanco al negro, en tan sólo el segundo y medio que se emplea en estampar una firma. Así, quien ayer se quejaba de los altos precios, hoy comprará el piso y mañana pondrá el grito en el cielo ante la desvalorización de una vivienda, lastrada por una hipoteca firmada en los malos tiempos y con un euríbor estancado según los expertos, o sea, al alza,
Pues nada. Así sea. Siempre nos quedará el placer de contemplar estupefactos cómo la mano invisible del mercado se alía con los manifestantes de rastas y tambor para que puedan cumplir ese viejo sueño que conocemos como “derecho a techo”. Y es que, al final, los que entonces no compraron por motivos ‘antisistema’ serán los más beneficiados por esta bajada. Por decirlo de otra manera: basándose en aquella vieja ley de que “todo lo que sube, baja”, han tenido más ojo que los expertos en inversiones curtidos en los mejores másters.