Alberto Moyano
A la espera de que se confirme la visita veraniega de Bruce Springsteen
al estadio de Anoeta allá por el mes de julio, el concierto de esta
noche en el BEC de Barakaldo ha servido a nuestros mejores críticos
musicales para poner a punto esa batería de tópicos que algunos han
convertido en algo parecido a una carrera profesional.
Con Springsteen, cualquier pretexto es bueno si sirve para obviar
cualquier referencia a su música, alfa y omega de todas las virtudes
que han convertido el rock&roll en una de las mejores cosas de esta
vida
Desde que a mediados de los ochenta un espabilado se inventó aquello
del ‘Rambo del rock’ e hizo fortuna con la expresión, el músico de New
Jersey ha sido pasto –quizás como ningún otro– de los cliclés y lugares
comunes que salpican el negocio. El último pasa por inventarse falsas
trayectorias ideológicas que, en versión de los fabuladores, habría
llevado a Springsteen del conservadurismo reaganiano a la resistencia
anti-Bush, por más que circulen por ahí viejas grabaciones de los
ochenta en las que el músico lamenta desde el primer día la victoria
electoral del ex actorzuelo.
En el otro extremo, se sitúa el fanático acelerado que al ‘Boss’ le ha
crecido en racimos y por doquier. Será el precio a pagar por ser el más
entregado en directo y el que mayor energía e identificación pone en
circulación entre el escenario y la grada.
En este especimen se dan citan el conocimiento microscópico de su vida
y milagros, una tolerancia bajo mínimos y un criterio ofuscado. El
hecho de que Springsteen haya generado una cantidad de canciones
mediocres o irrelevantes impensable cuando el fan comenzó su idilio con
el rockero es considerado una minucia o, simplemente, negado. El
crítico Ignacio Julia contó el proceso en primera persona y ya en su
condición de ex fan en su libro ‘Promesas rotas’. De creérle, sería una
enfermedad que se cura con la edad. La del fan, digo, no la del crítico.