Alberto Moyano
Aunque Beckham ha vuelto a posar con la entrepierna afectada por la
inflacionista acción del Photoshop y hasta el Vaticano ha editado un
calendario con lo mejor de sus seminarios, ha sido la compañía Ryanair
la que ha soliviantado a algunos organismos de nombre tan sugestivo
como Instituto de la Mujer o Federación de Consumidores en Acción.
El caso es que es difícil que la colección benéfica de azafatas en
biquini triunfe entre un pasaje que se divide entre quienes no se han
recuperado aún de la escena aéreo-erótica de ‘Emmanuelle’ y quienes,
devotos de la saga ‘Aeropuerto’, vuelan con el alma en vilo, a la
espera de aterrizar sanos y salvos lo antes posible. Los primeros se
encuentran ante un producto desactivado ya que los dos-piezas restan
carga sexual con comparación con el uniforme oficial de la compañía y
los segundos no tienen el cuerpo para mayores alegrías. Los primeros se
pasan el viaje flirteando con las azafatas a base de pedir
consumiciones –por cierto, no se conoce caso alguno que haya llegado a
buen puerto–. Los segundos temen que, de un momento a otro, la
aparición de la empleada se traduzca en la temida «¿hay algún médico a
bordo?» o incluso la letal «¿hay alguien que sepa pilotar un avión?»
Esta costumbre de posar evidencia el derecho inalienable de cada ser
humano a un cuerpo glorioso, al menos, hasta que se demuestre lo
contrario, pero la idea puede morir de éxito. A la estela del
legendario cuadernillo de Pirelli, bomberos, concejalas, enfermeras,
amas de casa, policías, fontaneros, maestros, deportistas, parados de
larga duración, mastectomizadas y ludópatas han publicado su propio
book.
Sin embargo, no hay cabina de camión, ni taller de reparaciones capaz
de absorber tamaña oferta. Además, la sobrexposición atrofia los
sentidos y al final –perversión de perversiones–, va a resultar que el
de Kutxa es el más excitante.