Alberto Moyano
Sojuzgar al pueblo. Eliminar a los opositores. Atentar contra una
discoteca. Explosionar un avión en pleno vuelo. Financiar el terrorismo
internacional. Hay cosas que no tienen precio. Para todo lo demás,
Muamar El Gadafi.
Los 12.000 millones de euros que el líder libio ofrece en contratos a
empresas relacionadas con la defensa, la energía y las infraestructuras
le abren todas las puertas sin necesidad de pringar la manilla de rojo.
Bien mirado, Gadafi acumula méritos.
Por un lado, su ductilidad le permite ser probablemente el único líder
mundial que está en condiciones de cenar ayer con el matrimonio Aznar,
hoy con el presidente Zapatero y mañana con el monarca español. Por
otro, su evolución es un canto en contra de la pena de muerte. Dicho de
otra forma: Gadafi es Sadam Hussein con derecho a prórroga. A la luz de
los acontecimientos actuales, ¿quién podría asegurar que que el
presidente iraquí no hubiera sido en el futuro un gran socio comercial
de no haber topado con una horca en su camino?
La fórmula de lavado de manos a cambio de contratos abre jugosos
interrogantes. ¿Cuántos muertos pueden ampararse bajo 12.000 millones
de euros? ¿Sería igual de bien recibido si en lugar de uno hubiera
volado dos aviones? ¿O en ese caso habría que exigir contratos más
ventajosos? ¿Es una fórmula extensible a otros países? Todo es
relativo. Condenar enérgicamente el terrorismo y abrazar a uno de sus
financiadores no tienen por qué ser actitudes incompatibles.
Básicamente, depende de otros factores.
En este punto, España ha vuelto a dar una lección de madurez
democrática. Mientras en Francia la visita del tirano libio ha desatado
una oleada de protestas y en cualquier caso, un debate sobre los pros y
contras de comerciar con semejante personaje, aquí hasta Alá ha dicho
amén. No es de extrañar. Chávez nos mantiene tan ocupados que no
se puede estar a todo.