Alberto Moyano

Desde los suburbios del imperio, contemplamos el interminable proceso electoral estadounidense como los niños del anuncio de mazapanes de La Viuda: con la nariz pegada al escaparate. Los sectores más dementes de la intelectualidad europea acostumbran a reivindicar el derecho universal al voto en las presidenciales de EE UU, bajo el argumento de que el inquilino de la Casa Blanca será, a fin de cuentas, quien declare nuestras guerras, resuelva nuestras recesiones y concite nuestras críticas. Una reflexión absurda, dicho sea de paso. Concluido el ‘supermartes’ ya podemos proclamar que todo sigue igual que el lunes: la candidatura republicana hace tiempo que está decidida y la demócrata se tirará bastante más en la incertidumbre.

– John McCain: será el candidato republicano salvo que medie un francotirador. No se puede decir que sea un hombre de suerte: primero se pasó seis años prisionero y torturado en Vietnam y después se ha ganado el apoyo de Chuck Norris y Sylvester Stallone. En ambos casos, parece que ha sabido sobreponerse al infortunio. Entre sus méritos, hasta el momento, figura haber dividido al Partido Republicano más allá de lo imaginable.

– Hillary Clinton: ilustra a la perfección lo que los freudianos llaman tensiones sexuales no resueltas. Su candidatura emerge de las cenizas que supuso la humillación pública a la que fue sometida a manos de su marido y una becaria hace una década. Es un calco de Anette Bening en ‘American Beauty’ y a la cabeza de sus logros se sitúan unas lágrimas oportunamente derramadas tras su derrota en Iowa. Su próximo -e inalcanzable- reto es aprender a sonreír con el mínimo de naturalidad exigible a una presidenta, aunque sólo lo sea de su comunidad de vecinos.

-Barack Obama: Su fortaleza es su debilidad. Tiene garantizado el apoyo de los negros y, por lo tanto, el rechazo de los latinos, dos comunidades irreconciliables. Su mejor chiste es proclamarse un candidato fuera del ‘stablishment’, un gag equiparable al de decir que el rey se saltó el protocolo. De tan alternativo, resulta poco fiable ya que la tendencia en Estados Unidos es pasarse de frenada cuando lo que está en juego es demostrar que uno no es un blando, ni un comunista.