Alberto Moyano
Tras su controvertida entrevista en Cuatro, Mariano Rajoy pasó ayer por las manos de Pedro Piqueras en Telecinco y aunque las preguntas no fueran necesariamente las mismas que le formuló Iñaki Gabilondo, las respuestas sí lo fueron. Expresadas, además, con idéntico enfásis y esa falta de convicción que no puede ser improvisada, sino fruto de muchas horas de ensayo.
Embarcado en una frenética deriva centrista, el líder del PP amenaza con pasarse de frenada. La semana pasada aseguró haber asumido el ideario socialista de igualdad, anteayer se proclamó el candidato de los currelas y ayer prometió ayudas varias a quienes madrugan para ir a trabajar. En precampaña electoral, es tradición humillar a la clase empresarial -la peor de las compañías en esos delicados momentos- pero en estas elecciones parece condenada a la orfandad política.
Los espectadores, por su parte, interactuaron con el entrevistado. De hecho, el 50% que declaró estar dispuesto a dejar en manos de Rajoy sus finanzas evidenció la persistencia de esa bonhomía tan española, que periódicamente propicia casos Afinsa y similares.
Planeó sobre la entrevista el beso -negro, por supuesto- que horas antes se habían asestado mutuamente Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre, un gesto que coloca ambos más cerca de lo que jamás volverán a estar de ese agente 007 que inevitablemente se ve obligado a hacer el amor con la agente enemiga antes de tener que matarla. Los maledicentes sospechan ya que el desmesurado interés que demuestran el alcalde y la presidenta de Madrid por postularse a la presidencia del Gobierno es un intento de insuflar entusiasmo a su líder.