Alberto Moyano

La niña española no existe. Lo sé porque la he visto. Sin embargo, en el caso de que existiera viajaría todas las mañanas en el auobús. Tendría algo de sobrepeso pero estaría convencida de que, en cuanto se quitara de encima algunos kilos, sería aceptada por sus compañeras. Consultaría compulsivamente la pantalla de su móvil bajo la presión de la ansiedad de perderse algún crucial mensaje y, además, tendría siempre problemas de saldo.

Viviría con su madre, que estaría separada de su padre desde ni recordaría ya cuándo, y hubiera crecido jugando sola porque tampoco tendría hermanos. Al menos se habría librado recientemente de la engorrosa compañía de la ‘canguro’. De las innumerables y sucesivas canguros, habría que decir en realidad.

Cada mañana cruzaría la ciudad de punta a punta para ir a clase cargando una pesada mochila repleta de cuadernos y libros de texto, pero no tendría mayor importancia porque a esa edad no existen los dolores de espalda. Las tareas extraescolares le ocuparían el resto de la jornada.

Después de las zapatillas de deporte y la ropa de marca, el mesenger sería su principal afición. Lo utilizaría para hablar con sus amigas, con las que viviría una permanente relación de amor/desamor ya que estaría descubriendo que no es lo mismo estar juntas que formar un grupo. Vamos, que cada una va a lo suyo, mientras la sensación de que nadie la comprende le invadiría lenta pero inexorablemente.

Por supuesto, lo ignoraría todo acerca de de las elecciones generales del próximo día 9, empezando por su convocatoria, y seguro que lo que menos le interesaría en este mundo es estar en disposición de satisfacer las -tan razonables y tan adultas- expectativas que don Mariano ha depositado en ella.