Alberto Moyano
Cuatro mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas en un mismo día parece algo más que un síntoma. Quizás una pulsión. Como en el caso del tráfico y el consumo de drogas, las autoridades entretienen al público prometiendo su combate y erradicación mediante la aplicación de la mano dura en su versión más gruesa. Al fin y al cabo, se trata de dos problemas de perfil bajo que jamás figura entre las principales preocupaciones de ese ilocalizado sector de la población que aún responde a las encuestas.
Sin embargo, las órdenas de alejamiento y el endurecimiento de las penas presentan serias limitaciones frente a tanto perpetrador que apuesta con relativa frecuencia por el suicidio como capítulo final del drama. Por otra parte, la solución al problema topa en muchas ocasiones con una fuerte resistencia por parte de la víctima, lamentablemente más preocupada por la situación post-denuncia del agresor que por la suya propia.
Podríamos alegar que las personas huimos de quién nos maltrata, pero resultaría una infantilada y, además, inútil. Las relaciones de dominación establecen vínculos indestructibles por cuanto no se basan en la pasión y todas esas cosas, sino en un sentimiento de culpabilidad minuciosamente inculcado.
“Me pegaba, pero me quería. De eso no hay duda”, venía a decir un personaje femenino del relato de Raymond Carver ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’, refiriéndose a su primer marido. En lo que respecta al comportamiento del ser humano, la lógica es sólo una posibilidad entre tantas otras.
La imposibilidad material de dotar de protección a todas las mujeres amenazadas, unida a la falta de rentabilidad política de la hipotética medida, lleva a nuestros gobernantes a apostar por soluciones de riesgo que abonarán el terreno a los excesos. La estimulación de la denuncia indiscriminada y de la delación vecinal amenazan con reducir la existencia a la condición de polvorín. La evolución natural del proceso sólo puede desembocar en el reparto de armas de fuego entre las amenazadas. Todo llegará.