Alberto Moyano
Cuando la ministra Chacón gritó/susurró/ordenó/suplicó “capitán, mande firmes”, por alguna extraña razón, Mariano Rajoy se sintió interpelado y acto seguido, se puso manos a la obra. Así, 1) advirtió que se presenta porque se lo piden los compañeros; 2) recalcó que está a gusto, muy a gusto, en el PP; y 3) invitó a abandonarlo a todo aquel que no lo estuviera.
La marejada viene de atrás, pero el detonante ha sido la exigencia de Esperanza Aguirre de abrir una especie de debate ideológico, un terreno en el que la única aportación de Rajoy en estos largos años ha sido añadir la coletilla “o no” a cualquier cosa que pudiera parecerse a una afirmación rotunda.
Hay que comprender a los dos. Por un lado, Aguirre y su entorno se están gastando un dineral en la educación y formación de sus hijos, sobrinos y demás familiares, destinados a dirigir un día los destinos de este país, pero viendo a la vez cómo estos menores parecen condenados a crecer en una España gobernada por, quieras que no, los rojos. Se impacienta. Lógico.
Por otra parte, Rajoy alega que sus cifras son de récord, que nunca antes habían tenido tantos votos ni tanto respaldo, y que a este ritmo, sin duda, llegará el día en el que gane las elecciones.
Aguirre no se ha dado por aludida con la invitación a que se pire, pero por si acaso, ha insado a Mariano a aclararlo. Ante esa encrucijada, Rajoy ha dicho que para nada, por dios. A lo cual, Espe replica que eso le había parecido y que tampoco estaba en su intención desalojarle de la cúpula del partido. En absoluto.
Una de dos: o estamos ante un especial de ‘Escenas de matrimonio’ o Esperanza Aguirre se está postulando para ministra. Por supuesto, en el gobierno de ZP.