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Alberto Moyano

El jukebox

No sin mi síndrome (postvacacional)

Alberto Moyano


Siguiendo adelante con el imparable proceso de secularización que transforma los antiguos pecados capitales -gula, avaricia, lujuria- en dolencias de rigurosa actualidad -bulimia, ludopatía, adicción al sexo-, hoy le toca el turno a la pereza de toda la vida, conocida ahora como síndrome postvacacional.


Sus orígenes se sitúan probablemente en un permiso penitenciario de fin de semana concedido a algún intelectual que cumplía condena en régimen de tercer grado. Sus síntomas -rechazo a ir al trabajo, vértigo vital frente a la rutina, vacío y hastío- llevan años descritos en los manuales del ramo, no ya como postvacacionales, sino en el capítulo denominado ‘domingo por la tarde’.


Cómo será el asunto de grave que los periódicos que este fin de semana han dedicado páginas y páginas al fenómeno incluían una lista de consejos sospechosamente similares a los recomendados estos por los especialistas para hacer frente a grandes catástrofes y pérdidas familiares: “Adoptar una actitud positiva”, “afrontar la vuelta como un nuevo período vital” o incluso “aplazar las decisiones en caso de sentirse triste”.


Llegados a este punto, resulta que incorporarse al trabajo prescindiendo de tales síntomas se ha convertido en una prueba de vulgaridad y ordinariez. El síndrome postvacacional ya no es privativo de los ejecutivos, sino que se ha democratizado hasta el punto de que ya hay ayuntamientos que ofrecen cursos especializados para su superación.


Sea como fuere, por lo visto, todo esto es normal. Al parecer, se trata de maniobras mentales de distracción para olvidar que algún día seremos esquela. Mientras llega esa fecha, disfrute de los días del calendario que aún permanecen -no sabemos por cuánto tiempo- sin medicalizar.


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