Alberto Moyano
Que quede claro desde el principio: Enrique Bunbury no ha plagiado al poeta Pedro Casariego. Sólo ha incluido en una canción un par de versos sin acreditar, a la vez que ha colado de rondón alguna frase del vate suicida en una entrevista.
El ‘héroe del silencio’, que al parecer las mata callando, no iba a caer en la ordinariez de pedir disculpas por tamaña intertextualización. No. El hombre se ha indignado ante las acusaciones de plagio, ha presumido de cometer crímenes perfectos al desafiar a quien corresponda a llevarle a los tribunales y ha reprochado quienes le señalan no haber escuchado su canción, ni leído a Casariego.
Y tiene toda la razón. En el caso de un servidor, las cosas van más allá: ni siquiera leí el libro de Ana Rosa Quintana. Lo que no impide que encuentre ciertas similitudes entre la letra de la canción “soy el hombre delgado que no flaqueará jamás” y el verso “soy el hombre delgado que no flaqueará jámás”. Y también entre el verso “lucharé contra todos los que digan lo que yo digo” y la frase de Bunbury “lucharé contra todos los que digan lo mismo que yo”.
En un arrebato de modestia, el maño ha recordado que ya Bob Dylan, Van Morrison o John Lennon han hecho lo mismo a lo largo de sus carreras, a la vez que ha lamentado nuestra superficialidad y provincianismo, reflejados en el hecho de que nos hayamos quedado con dos versos de una canción de siete minutos. Llegado el caso, alguién alegará ante la SGAE que, aunque efectivamente se descargó gratuitamente la discografía completa de Bunbury, el resto de su colección de CD fue comprada puntualmente en las tiendas.
Sin embargo, de todo esto, lo más interesante es la confesión por parte del músico de que se trata de una práctica habitual. Es más: reconoce que, de tener que acreditar todos los préstamos, necesitaría adjuntar un libro a cada disco. De lo que se desprende que el repertorio de Bunbury es un campo minado, a evitar rigurosamente, porque uno puede apropiarse de un par de frasecitas de Enrique, creyendo que tan sólo está siguiendo los procedimientos de los más grandes, cuando en realidad, y sin darse cuenta, está saqueando la tumba de aquel poeta que un día ‘inspiró’ al maño. Y eso sí que no.