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Alberto Moyano

El jukebox

Una arquitectura superdura

Alberto Moyano


Los arquitectos se han aburrido de sí mismos y ya no quieren construir casas, sino “un mundo crítico, un mundo mejor, abierto a nuevas posibilidades que van más allá de los espacios de uso cotidiano” porque “una arquitectura que pretenda dar soluciones construyendo es falsa, está muerta”.


Lo ha dicho tal cual en ‘El País’ Aaron Betsky, comisario de la Bienal de Arquitectura de Venecia que ¿expone? ¿exhibe? ¿muestra? sus obras en el Arsenal de la ciudad italiana hasta el próximo 23 de noviembre. Obras que, en esta edición, no son maquetas, planos o proyectos de edificios, sino experimentos, instalaciones y hasta una performance, lo que demuestra que nuestra McOla, no sólo no desentonaría si las mareas lo permitiesen, sino hasta qué punto el chisme se inserta en el corazón mismo de la postmodernidad más pija.


Que un arquitecto prefiera “construir un mundo mejor” antes de una casa entra dentro de lo normal y hasta dice mucho sobre la nobleza de sentimientos que alberga este rocambolesco gremio. Más extraño, sin embargo, es que presa de no se sabe qué síndrome, se entregue a actividades estrafalarias, tipo “arquitectura emocional”.


Según recoge ese mismo periódico en su suplemento ‘The New York Times’, un grupo de arquitectos ofrece servicios psicológicos a sus clientes a la hora de consensuar el diseño de la casa. En efecto, se trata de otro grupo que tampoco quiere que su trabajo se base en “ladrillos y vigas”, sino en “un conjunto de experiencias emocionales”. Dicho así, suena idiota. Dicho de cualquier otra forma, también.


Trasladada esta teoría al ejemplo práctico, el resultado es que si el cliente le dice a su arquitecto: “Me gustaría que la sala tuviera al menos una puerta por aquello de entrar y salir”, éste reponderá: “Hablemos primero de su infancia. ¿Cómo encajó la inesperada muerte de Chanquete?”


La ya de por sí difícil comunicación con esta gente amenaza con volverse aún más complicada a base de discursos encriptados.  En todo caso, alguien deberá vigilar de cerca al ganador del concurso para el proyecto deTabakalera, que la tentación de convertir lo que iba a ser una fábrica de cultura en un ultramarinos de paradigmas interdisciplinares es pero que muy fuerte.


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