Alberto Moyano
Empezada la Guerra Civil, Emilio Marés y otros dos prisioneros republicanos fueron llevados a las afueras de Ronda para ser fusilados. Al llegar al lugar escogido, los guardianes les ordenaron que cavaran una zanja y dos de ellos así empezaron a hacerlo, pero Marés se negó en redondo: “A mí me podréis matar y me váis a matar. Pero a mí no me toreáis”. Tras recibir varios golpes y un culatazo en la boca, el “lechuguino” mantuvo su negativa: “Como me llamo Emilia Marés, a mí no me toreáis”. Se equivocaba.
“Allí mismo lo banderilleamos, lo picamos un poquito desde el techo de la camioneta haciéndole pasadas lentas, y luego fue su paisano el que se encargó del estoque. Un tipo atravesado, muy cabrón, se vio que tenía algo de práctica, le entró muy bien a matar, la primera hasta el fondo, cruzada en el corazón. Yo le puse sólo un par de banderillas cortas, en lo alto de la espalda. Vaya si se enteró el tal Emilio Marés. A los otros dos los tuvismo de público y les obligamos a gritar olés. No los fusilamos hasta rematar la faena, en premio por haber cavado. Así pudieron ver de lo que se habían librado. El malagueño se empeñó en cobrarse una oreja. Un poco pasado de rosca, pero tampoco se lo íbamos a impedir los demás”.
Hasta aquí el relato que un escritor -primero falangista y luego demócrata- hizo un buen día en la Café Roma de Madrid en presencia Julián Marías, cuyo hijo, Javier, recogió años después en ‘Tu rostro mañana / 2 Baile y sueño’.
Si alguien piensa que se pueden abrir las fosas comunes de la Guerra Civil e identificar a sus ocupantes como quien juega a ‘Parque Jurásico’ o si alguien cree que es posible recuperar cuerpos humanos de las cunetas, prescindiendo de cualquier referencia, no ya a los perpetradores de los crímenes, sino incluso a las circunstancias que los rodearon, si alguien sostiene seriamente eso, es que vive en los suburbios de la inopia.
La recuperación de la manoseada memoria histórica es un imperativo y, en última instancia, un derecho de todos. Que se acometa cuanto antes y si alguien confía en que sea un ejercicio inocuo que lo vaya olvidando. Al contrario, algunos van a aullar de rabia y nostalgia porque, tal y como dejaron escrito los latinos, “la verdad alumbra el odio”.
Por cierto, el escritor que participó en la ‘lidia humana’ y que, años después, se jactó de ella en voz alta en una tertulia de café, “tuvo exequias solemnes cuando murió” y hasta “un ministro muy democrático ayudó a llevar el ataúd”.