Alberto Moyano

1) Para quienes hayan tenido la fortuna de no pasar por este trance, será difícil comprender en toda su magnitud el perezón que el Festival produce desde el punto de vista periodístico. Hablamos de ruedas de prensa en las que la vacuidad y el pedorrismo en sus formas más exacerbadas campan por sus respetos, disfrazadas apenas de preguntas que no lo son, sino más bien reflexiones en voz alta para que uno recuerde cuánto sabe y los demás nos admiremos.

2) Hay que tener en cuenta que de los mil y pico acreditados, un par de centenares acude a los encuentros con los actores y directores. De estos, apenas un puñado -mayormente, los que trabajan para medios locales- tendrán que escribir más de una línea sobre la rueda en cuestión. Esto significa que el resto acude para entregarse al enredo, puro y duro, como forma de pasar el día, entre peli y peli.

3) Luego están las entrevistas que se conceden por grupos de cinco o seis redactores, en las habitaciones de hotel contratadas por las productoras. Allí, el periodista se encuentra con un ejército de diabéticas aceleradas -de ambos sexos- que se dirigen a todo el mundo con el extraño nombre de “Mari”. “Mari, ahora vas tú” o “Mari, tenéis veinte minutos para hacer la entrevista”.

4) Esa tribu lleva unos días osea como loca, tía -o Mari-. Venga quejarse por teléfono a recepción, rematando siempre la regañina con la coletilla de “con lo que estamos pagando por esta suite es que no hay derecho”, lo cual ya lo dice todo sobre el nivel de ordinariez del que estamos hablando.

5) ‘Quemar después de leer’, la última de los Coen, trata sobre elo idiota que llevamos dentro y que va prosperando con el tiempo. Para algunos, una obra genial; para otros, una pieza menor en su filmografía. Tras la proyección del sábado a medianoche, durante la cual hubo quien se durmió, la mayor parte del público dedicó una fuerte ovación al filme, aunque no quedó claro si lo hacía a cuenta de ese estúpido interior que nos habita o era ese ser bello y cultivado que también llevamos en alguna parte quien aplaudía a rabiar.