Alberto Moyano
“En octubre de 2008, decidí dejar atrás mi burguesa y egoísta existencia para irme a trabajar con los desheredados de la Tierra. Mi destino, uno de esos lugares azotados por el neoliberalismo que trata a las personas como si fueran mercancías que, una vez usadas, se convierten en material de desecho: Wall Street.
No fue una decisión alegremente tomada de la noche a la mañana, sino fruto de un largo proceso de maduración. De hecho, ya en los noventa, cuando el hundimiento de las punto com, había apadrinado a varios agentes bursátiles, algunos de cuales incluso me traje a casa durante los veranos para que disfrutaran de la suave brisa cantábrica.
Así, cuando los valores comenzaron a hundirse en sucesivas jornadas negras y los bancos empezaron a caer como piezas de dominó, no lo dudé. Vendí todas mis posesiones, repartí el dinero entre constructoras e inmobiliarias, y embarqué en un avión -clase turista- rumbo a la ciudad que nunca duerme.
Debo decir que desde el primer momento me acogieron como a uno más. Lejos de cualquier actitud paternalista, nada más llegar repartí entre los más necesitados los pocos productos básicos que llevé conmigo: Rolex para ellos; Louis Vuitton para ellas. Aprendí que en el mundo desarrollado vivimos apegados a valores efímeros y rodeados de objetos superfluos, en absoluto necesarios para vivir. Puede que sí para ser feliz, pero desde luego que no para vivir.
A pesar de todo, mentiría si dijera que di más de lo que recibí. Fue justo lo contrario. Nunca olvidaré sus sonrisas inocentes ni sus miradas de gratitud. Porque allí hay gente que carece de la tarjeta de crédito incluso más básica, personas como tú y como yo que, por el mero hecho de haber nacido en un determinado lugar del planeta, deben acudir, noche tras noche a una fiesta tras otra, sin una triste papela que llevarse a la nariz.
Por supuesto, volví cambiado. La experiencia me enseñó que a menudo damos importancia a cosas que no la tienen, -por ejemplo, el euríbor-, y nos olvidamos de las esenciales, de las que realmente llenan la vida de contenido -pongamos, la música dance-.
En realidad, marché para eso, para encontrar el sentido de la vida y aunque no lo conseguí, al menos pude establecer su precio aproximado. Desde entonces, ha perdido varios enteros. Ahora, me dedico en cuerpo y alma a contar mi experiencia por si alguien pudiera serle de provecho. Que así sea.
Saludos revolucionarios”