Alberto Moyano

Medio millar de famosos -no importa por qué motivo lo sean- aguardan impacientes a conocer hoy el fallo del Premio Planeta. La otra hipótesis, la que sostiene que aún se presentan al galardón autores desconocidos a pesar de la evidencia que constituyen los palmarés de las últimas ediciones, es mejor ni contemplarla, en favor del alto concepto que tenemos de las gentes de la cultura.

Cualqjuier intento de debatir sobre la calidad de las obras premiadas resulta simplemente inabordable. Antes, habría que saltar por encima del medallero que cada año el presidente del Grupo, José Manuel Lara, lanza a la cara de los periodistas invitados a la juerga: 39 millones de ejemplares vendidos, 601.000 euros de premio para el ganador, 150.250 la finalista, más de 500 originales presentados… Todas estas cifras le han convertido en “el premio literario mejor dotado” en lo que a la lengua común se refiere.

Por categorías, los agraciados en las últimas ediciones se dividen en dos grupos: glorias literarias necesitadas de completar el plan de pensiones y advenedizos procedentes de cualquier ramo del espectáculo -con especial predilección por presentadores televisivos-, en busca de ese inapreciable barniz de respetabilidad cultural que sólo ellos aprecian.

En cuanto a los lectores, el Planeta concita la atención de aquéllos que se definen por un extraño criterio: el premio es garantía suficiente -se ignora de qué- como para comprar el título ganador, sea cual su tema, sea quien sea su autor.

El Planeta es ese premio que no figura en el origen de ninguna vocación literaria, pero por el que casi todos acaban compitiendoen su etapa crepuscular. Hace falta ser titular de una buena cuenta corriente para continuar escribiendo de la superioridad del espíritu sobre la materia

Hoy conoceremos el nombre de los dos agraciados de este año, que como todos sus predecesores, purgarán el pecado de vender su alma al diablo soportándose a lo largo de nueve meses de estrecha convivencia promocional. Y para colmo, hasta tendrán que leerse el uno al otro.