Alberto Moyano
El Estudio de Cultura Política de Gipuzkoa encargado por la Diputación Foral publicado ayer señala que sólo el 31,6% de los 4.500 encuestados conoce al diputado general, Markel Olano, frente al 67% que sabe quién es Barak Obama.
Los intérpretes han considerado que este resultado supone una anomalia democrática. Error. El perfil bajo de Olano responde a las instrucciones precisas que le han dado los expertos en inteligencia emocional que rondan la institución foral: cualquier político resabiado -y Olano no lo es- sabe que la clave para la reelección en el cargo radica en que un 70% de los electores no sepa quién eres y el otro 30% lo haya olvidado.
En cuanto a la comparativa con Obama, los resultados demuestran una vez más el alto grado de madurez alcanzado por el pueblo, en este caso, guipuzcoano. Antes se creía que cuanto más próximas al ciudadano, mayor era el conocimiento que éste tenía sobre las instituciones. Ahora sabemos que se trata de una superstición.
Ante la magnitud de la hecatombe financiera que nos llega de Estados Unidos, parece una fruslería entretenerse en las microprestaciones de la institución foral y su máximo representante, cuando lo realmente interesante es forjarse un conocimiento minucioso de la personalidad del próximo ocupante del Despacho Oval.
Por lo demás, el estudio evidencia que “los guipuzcoanos se muestran cada vez menos interesados por la política”, algo que, por un lado, se viene repitiendo sistemáticamente desde al menos 1985, y por otro, es el eufemismo al que se recurre cuando se pretende obviar el carácter eminentemente conservador -cuando no reaccionario- de la población.