Alberto Moyano

La paciencia del sistema también tiene un límite y, por cierto, emite señales de estar al borde del agotamiento. Hasta quí hemos llegado, parece decir. El Gobierno alemán, sin ir más lejos, ha aprobado un decreto por el que limita en 500.000 euros anuales los sueldos de los directivos de las entidades bancarias que precisen rescate público -o sea, todas-.

Estamos hablando de unos 83 millones de pesetas, una cifra paupérrima que obligará a los citados directivos a introducir cambios estructurales en su ritmo de vida. En otras palabras: adiós al yate de 32 metros de eslora, no por el navío en sí, que resulta bastante asequible, sino porque el atraque en los puertos deportivos se ha puesto imposible. Esta medida también tendrá efectos devastadores en la casa Ferrari, que ya está preparando su correspondiente ERE.

En el terreno práctico, la medida provocará una cascada de consecuencias difíciles de medir a priori. Para empezar, es previsible que nuestros cerebros más distinguidos abandonen el sector privado para regresar a actividades mejor remuneradas, tipo la política, un sector en el que ya contamos con talentos que ni siquiera bajo una doble capa de modestia pueden ocultar sus desmedidas aspiraciones. Ahí está Sarkozy, que propone aprovechar sábados y domingos para refundar el capitalismo a golpe de cumbre.

Como todas las tragedias, la crisis financiera resulta pródiga en viñetas de humor impagables. El Gobierno holandés ha inyectado 10.000 millones de euros al banco ING. Ver esta noche a Matías Prats dar la noticia en el informativo de Antena 3 no tendrá precio.