Decir que el Partido Popular se ha partido suena tan redundante, cacofónico y capicúa como Johnson & Johnson o Borbón y Borbón, pero resulta difícil encontrar otras palabras para describir la escisión conservadora en Navarra.

Aunque UPN ha tenido el decoro de dejar que sea el propio Rajoy el autor nominal de la ruptura, lo cierto es que los regionalistas no le habían dejado mucho margen de maniobra. De hecho, han conseguido que a pesar de la diferencia abismal de tamaño, parezca que es UPN la que ha expulsado al PP, como se hace con las visitas molestas, y no al revés.

El presidente navarro, Miguel Sanz, y la cúpula directiva de su partido han hecho cálculos a vuela pluma y los resultados apuntan a que los beneficios de ejercer de partido bisagra con par de diputados -es decir, lo que hasta ayer era calificado de partido ‘extorsionador’- son superiores a los de jugar el papel de sucursal. A partir de ahí, han obrado en consecuencia.

Esto significa que los plazos para que el PP vuelva a ganar unas elecciones generales se dilatan hasta, pongamos, otros diez años. No importa. Cada día está más claro que Rajoy es una víctima de las malas compañías que, en unos casos te llevan a la heroína y, en otros, a la cúpula de un partido. En ambos, la debilidad de sus protagonistas acarreará secuelas, a no ser, claro, que Rajoy se decida finalmente a contratar todos los partidos de Liga y Champions pey per view y a mandar todo a paseo.

A estas horas, la mayor incógnita radica en el futuro de Pignoise. ¿Se echarán en brazos de UPN? ¿Permanecerán fieles al PP? ¿Se escindirán en Pig y Noise? ¿Se convertirán en un grupo de inequívoca vocación transversal y puente entre comunidades? Es decir, ¿harán playback en los mítines de Sanz y también en los de Basagoiti o sólo en los de uno de ellos? Se admiten apuestas.