El pleno celebrado ayer en el Congreso de los Diputados sobre la crisis y el paro sólo sirvió para que los 160 parlamentarios que asistieron al acto se delataran como unos perfectos ociosos. Ningún diputado con un grado de actividad mínimamente aceptable estaría durante horas sentado en su escaño para finalmente votar lo que le ordena su jefe de filas. Como consuelo, queda el dato de que otros 190 excusaron su asistencia debido a compromisos inaplazables.

La noticia ha salido publicada en la prensa madrileña en forma de denuncia contra el absentismo laboral de nuestros electos, que lo dan todo en los mítines de las campañas electorales hasta el punto de llegar desfondados a los cuatro años de legislatura.

Estos medios presumen que las ausencias responden al carácter intrínsecamente vago de los electos, cuando lo más probable es que la mayoría de ellos estuvieran entregados a misiones más altas, desde engordar las facturas que dan derecho a a dieta hasta elegir los extras que adornarán su próximo coche oficial.

En todo caso, la jornada de ayer, en efecto, no fue especialmente gloriosa.  El diputado del PP Ramón Aguirre había preparado una interesantísima batería de preguntas para el ministro Solbes en torno al aumento de desempleo. Lástima que no pudiera formularlas ya que al llegar su turno de palabra, se encontraba atareadísimo en en la biblioteca -cómo no-, preparando su intervención. El diputado popular ha desmentido los rumores que apuntan a que lo que más pereza le daba no era formular las preguntas, sino escuchar las respuestas.

De creer los malévolos comentarios de recorren los pasillos del Congreso, la  culpa de todo esto la tiene Bono, que ha fijado
la hora de inicio de las sesiones de control al Gobierno a las nueve de
la madrugada, algo inadmisible a nada que trasnoches un poco.