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Alberto Moyano

El jukebox

Tras el atentado de Pamplona

1) Poner bombas en una universidad es como jugar al ajedrez a martillazos. Un repaso a la lamentable lista de acciones violentas perpetradas en los campus universitarios a lo largo y ancho de la historia del mundo arrojaría unos resultados bochornosos, incluso -o quizás sobre todo- para los perpetradores.

2) La creciente tendencia al redondeo que lleva a los colocadores de
coches-bomba a apostar por el centenar de kilos de explosivos como un
valor fijo  ilustra el perfecto desmadre mental en el que andan
inmersos.

3) Si no se aceptan las condenas, las repulsas sin paliativos, ni siquiera los rocambolescos cálculos políticos, acéptese al menos un consejo: en caso de repetir este tipo de atentados, dótense de medios apropiados, háganse al menos con  un GPS, con una grabadora, echen mano de Google Earth, no rechacen ninguno de los avances tecnológicos que salen a su encuentro para ayudarles. Háganlo como prefieran, pero no degraden aún más todo esto equivocando la ubicación del explosivo. La otra opción es no avisar y asumirlo, sin mayores paños calientes. Y si nervioso estaba quién hizo la llamada, no menos lo estaban los estudiantes que llamaron a los medios para avisar de la explosión que se había producido. Por cierto, ninguno olvidó indicar de qué campus estaba hablando.

4) La opción ideológica de quien padece este atentado resulta irrelevante a efectos de su valoración. Ni había que hacerse yonki cuando los muertos eran presuntos narcotraficantes, ni resulta ahora necesario compartir o incluso exaltar las supuestas virtudes que adornarían la institución atacada. Simplemente, cualquier bomba es inaceptable.


octubre 2008
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