Con motivo de una efeméride tan poco redonda como el 28 aniversario del ‘tejerazo’, las televisiones se han lanzado inopinadamente a emitir series de ficción sobre el 23-F. “El día más difícil del Rey”, se ha atrevido a titular TVE la suya. Y el más amortizado, cabría añadir.

Según la historiografía oficial, entre el 22 de noviembre de 1975 y el 23 de febrero de 1981, la Monarquía vivió en un ambiente hostil, cuestionada por todos, víctima de ataques multilaterales y enfrentada a la población. En realidad, fue justo al revés: contó con el apoyo incondicional de los medios de comunicación, de todas las instituciones, del mundo empresarial, de los sindicatos, de los partidos políticos de todo el arco parlamentario -a excepción de las algo menos que testimoniales extrema izquierda y extrema derecha- y con la adhesión inquebrantable de las masas populares.

Ante la irrupción en el Congreso de una tropa de guardias civiles encabezados por aquel teniente coronel, el pueblo español y su soberano rivalizaron en ver quién iba más lejos en la suerte de Don Tancredo. Finalmente, a eso de la una de la madrugada, se emitió por televisión el famoso mensaje real.

A partir de entonces, la monarquía se legitimó sobre un nuevo consenso que servía de paraguas para todos: “el rey se ganó el puesto aquella noche”. Como no podía ser menos, esta circunstancia llenó el país de esa especie autóctona y difusa llamada los ‘juancarlistas’, bajo la que encuentran cobijo los políticos de partidos republicanos, los deportistas recibidos en La Zarzuela o los escritores y académicos en las bodas de las infantas, hasta el punto de que el lugar común ha pasado con naturalidad de generación en generación, incluso entre los líderes sindicales.

Todo esto nos colocará tarde o temprano ante una posición incómoda porque en tiempos políticamente prosaicos cuesta imaginar una gesta similar que el príncipe pueda llevarse a la boca, a la hora -aún lejana- de su coronación. Por decirlo de otra forma: ¿de dónde saldrán las teleseries sobre Felipe?